No son ganas, son piernas

No le faltan ganas al Málaga, le faltan piernas. Y es normal. El grueso del grupo está agotado de tanto esfuerzo físico y mental. Son muchos partidos jugados al límite de lo sano, son semanas y semanas luchando contra todos los elementos para revertir una situación. La desconexión llegados a cierto punto es natural, es humano. Pero no le puede decir nadie a este equipo que no quiso ganar. Más de diez ocasiones de gol claras y morir en el área rival para firmar un empate en el minuto 92 de un partido así lo certifican.
El Málaga pierde puntos por el camino como también los han perdido este miércoles el Sevilla y el Athletic de Bilbao, por citar a dos rivales en teoría superiores y en clasificación por encima de los blanquiazules. Puede que haya fases en las que aburra, pero eso es parte también de su sello. Pocos rivales han conseguido tener arrodillado a este Málaga, que en el césped debe ser un suplicio para los contrarios. Y todo eso, con el depósito en reserva.
Como si el campo estuviese inclinado cuesta abajo, el Málaga comenzó volcado sobre el área del Rayo. Múltiples ocasiones, combinando, a la contra, con detallitos de calidad y, sobre todo, sin puntería alguna. Las pocas que fueron a puerta las evitó Juan Carlos. En una de ellas Juanpi pidió manos, pero Undiano, aparentemente bien situado, no lo apreció así.
Al Rayo se le veían las costuras por todas partes. Superado en el centro y por el centro, por las bandas, con Miku y Javi Guerra desconectados del resto del equipo. Aun así, quizás gozó de la mejor ocasión de la primera mitad con un disparo de Quini que se encontró con el poste. Tras esa acción aislada, los de Jémez apenas sumaron un diparo de Embarba que Ochoa mandó a córner y un balón que rondó el área sin nadie que se lo pidiese.
En este tiempo el Málaga tuvo tiempo de generar más oportunidades. En casi todas apareció el Chory Castro, algo individualista menos en una contra que inicó brillantemente Recio y en la que el uruguayo conectó con Juanpi, cuya rosca se marchó ligeramente por encima del larguero. Aún quedó tiempo que Castro gozase de una más.
A pesar de ello, había una palpable falta de intensidad, de tensión. Y sorprendía que sobre todo el Rayo fuese tan blando cuando está en plena pelea por la permanencia. Pues algo debió decir Paco en el descanso porque el equipo madrileño tuvo una doble ocasión nada más empezar al segunda mitad, con balón de Guerra al larguero incluido, aunque al veleño le costó tener que salir del partido con la nariz fracturada tras un golpe con Weligton.
Era el preludio del tanto vallecano, que tuvo toda la fortuna que le faltó al Málaga durante el partido hasta ese instante. Un tiro de Embarba que rebotó en Baena y se coló en la portería de Ochoa. De nuevo, como ante el Athletic, tocaba buscar remontada en casa. Pudo llegar en una acción de Cop que pareció penalti en directo. Pero el plan de Gracia pasó por sacar a Atsu en lugar del amonestado Recio. De nuevo, la búsqueda de alguien que alborotase un partido en el que seguía faltando chicha.
El Málaga se volvió improductivo y el Rayo empezó a jugar más directo de lo que la mística dice de Paco Jémez. A veces es más la fama que la realidad. Y lo pagó el conjunto madrileño. Hay veces que se habla de si se acierta en los cambios o no. Casi siempre el debate se sustenta en tangibles Y hay que reconocer que aunque la falta del 1-1 la botase muy bien Juanpi y la terminase marcando Ricca, los que le dieron vida en el área fueron Santa Cruz y Horta (pitado por algún sector al entrar), justo los dos hombres con los que Gracia quemó sus naves.
Así se llegó al final, con un empate a uno que se celebra porque los goles in extremis que cambian el destino, el camino a la perdición tienen ese sabor a gloria bendita, a caldito de pintarroja en el momento del día exacto.