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Cuando un amigo se va, se queda...

Cuando un amigo se va, se queda...

DMQ
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Mariano Pozo


Cuando se va alguien que pertenece a tu vida de una forma u otra, que pertenece a tu adolescencia, a tu crecimiento personal y profesional, que ha estado a lo largo de tu trayectoria vital, sientes que tus cimientos se tambalean. Y tú te quedas como si te hubiesen dado un golpe directo a la cara con un guante de boxeo y tras el guante hubiese estado Mike Tyson cargado de mala leche.  Así me he quedado con tu marcha, Paco. Me has noqueado, literal. Llevo días atontado (algunos en estos momentos pensarán que así suelo estar habitualmente pero no). Me refiero a ese estado en el que parece que te estás viendo continuamente a ti mismo desde otra perspectiva, que vas como flotando.   He intentado escribirte unas líneas, me apetecía decirte cosas, pero también me he sentido abrumado estos días con la cantidad de artículos que he leído y oído de ti. Y pensaba: "¿Y qué le puedo decir yo ahora a Paco si no tendrá tiempo ni en el cielo para poder leer y oír todo lo que le estará llegando?".  No sé si alguna vez te habías preguntado que diría de ti la gente cuando no estuvieses, ¿como reaccionarían? Yo alguna vez lo he hecho y es un juego entre divertido y perverso, aunque nunca piensas que se pueda hacer realidad. En tu caso no me ha sorprendido tanto lo que he visto porque conocía tu grandeza personal y profesional, pero reconozco que me he alegrado y mucho al comprobar que han ido a despedirte personas con las que tenías una enorme y sincera amistad, pero también otras personas con las que tuviste grandes diferencias, normalmente profesionales. Eso te engrandece. Cuando uno coge el visado de entrada al cielo y aquí deja huella, eso significa que muy mal no lo hiciste, amigo. Hemos pasado grandes ratos juntos, unos deportivos, otros personales, ¿pero sabes con cuáles me quedo? Cuando nació mi hija apareciste en casa con un hermoso centro de flores, fuiste el primero. Cuando la vida me puso a prueba, en la más dura de las pruebas, apareciste en mi casa con una enorme sonrisa y también fuiste el primero.  Recuerdo también con enorme cariño aquel día que ambos, subidos en el AVE, definíamos como posiblemente el momento más importante de nuestras respectivas trayectorias profesionales, cuando la ACB nos entregó la insignia de oro en reconocimiento a toda una vida dedicada al baloncesto. Fue un día bonito de verdad, para mí muy especialmente. Me sentía un privilegiado rodeado de leyendas como tú mismo, así como Vicente Salaner, Manuel Saucedo, Paco Torres, Martín Tello, Siro López, Chema Forte, Ramón Trecet, Juan Manuel Gozalo y Paco García Caridad. Yo conté orgulloso en ese almuerzo que tú eras en gran parte culpable de que yo estuviese allí recogiendo mi insignia. También conté que aún conservaba en una vieja caja un montón de recortes con tus artículos, lo que considero un auténtico tesoro.  Me gustaba la pasión con la que me contabas tus proyectos e ideas. Creías en ellos y a por ellos ibas, aunque a los demás nos parecieran en ocasiones locuras. Y si tenías que sufrir por ellas, lo hacías, pero no retrocedías. ¡Cuánto habría que aprender de esa forma de creer en uno mismo a pesar de los errores!  El otro día mi hija me vio llorar mientras oía tu voz en el hermoso homenaje que te brindó la COPE. "¿Por qué lloras, papi?", me preguntó. "Porque estoy oyendo la voz de un amigo al que nunca volveré a ver", le contesté.  Pero estás presente Paco, muy presente. Eso que suena a tópico cuando alguien se va, en ti es una realidad absoluta. Has dejado un enorme legado en forma de amigos, artículos, libros, anécdotas, vivencias y baloncesto, mucho baloncesto...  Por mi parte, no podré evitar pensar en ti cada vez que entre en una cancha de baloncesto y te buscaré en tus lugares habituales dentro de un pabellón. Y si no estás, será porque ese día no pudiste ir. Ese será mi único pensamiento.  Pero estoy seguro que un día volveré a encontrarte, porque cuando un amigo como tú se va, se queda para siempre...

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