Lo del pasado sábado en el partido entre el Betis y el Real Madrid es una polémica de las eternas en el fútbol, de las mil veces repetidas. Es un capítulo ya conocido, en caso de duda, el grande sale favorecido. Es un hecho, una tradición, es historia. Cuestionarlo es negarse y cerrar los ojos. Y esto debe escandalizar lo que debe escandalizar, ni más ni menos. Se suele, se debe alzar la voz ante tal discriminación, pero al mismo tiempo se conocen los límites y las circunstancias, hasta dónde se puede y se debe llegar.
En definitiva, es una realidad conocida. Lo que es menos habitual es la cohorte de reacciones increíbles, en su literalidad. Lo que procede desde Madrid tras el partido, las reacciones y opiniones emitidas, son de traca. Son colaboracionistas y seguidistas, son vergonzantes. Eso ya no responde a la realidad, responde más a la hiperrealidad, a la hiperrealidad madridista, en algunos casos, como este, alejadas de la realidad.
Opiniones se pueden tener, el fútbol se alimenta de ellas, claramente, pero parapetarse en el bipartidismo con arrollar con todo, limitar el fútbol español a dos colores, o a tres, el blanco o el azul y grana, es ir contra el fútbol español, es hacerlo rancio, cateto e irreal. Así está nuestro fútbol. Cerrando los ojos ante manos clamorosas, cerrando los ojos ante la realidad.
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