Cada cuatro años

Suele pasar. Cada cuatro años, cada Juegos, cada Campeonato del Mundo resulta que nos acordamos de deportistas españoles, o en este caso sevillanos, que no están en la primera línea de la actualidad todos los días.

No, no es esto un canto demagógico y altruista a los deportes minoritarios. Si la gente sigue mayoritariamente deportes como el fútbol, el baloncesto o el tenis, cada uno en su medida, es realmente porque se siente más atraído por ellos, más interesado y más implicado. Influyen además componentes sentimentales e incluso tradicionales que decantan unos deportes como el fútbol en comparación con otros.
No, era esto un canto demagógico y altruista a deportes minoritarios o menos seguidos. Pero sí es un canto a deportistas menos seguidos cuyo esfuerzo es menos publicitado, menos interesante y menos atrayente que el de otros. Sí que es un canto a deportistas, sevillanas en este caso, como Marina Alabáu, medalla de Oro en Londres, o a Blanca Manchón, que si hubiera más plazas por país habría estado luchando igualmente por el podio en Londres. Y a sevillanos como Marco, Reina, Kevin, u otros que se quedaron en tierra, como Olmedo, por ejemplo.
Es un canto al esfuerzo de esos deportistas a los que luego, cada cuatro años, cada Mundial, se les exige lo máximo, sin a veces contar con medios para estar con los mejores, o sin saber las dificultades que entraña.
Estar entre los tres mejores del mundo, entre los ocho si cabe, es realmente complicado. ¿Acaso lo están normalmente el Sevilla, el Betis, el Cajasol...? ¿Quiénes, habitualmente, están entre los tres, ocho, diez mejores del mundo? Es realmente difícil, pero a ellos se les suele exigir sin mucho sentido. Por eso en ocasiones el mero hecho de estar en unos Juegos es un triunfo, un éxito, y es de recibo y de justicia reconocerlo.
Y ya si se logra un oro, como Marina Alabáu, el éxito es hitórico. De leyenda.
Enhorabuena, pues, a todos ellos.
 
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