El Betis y el Sevilla han sufrido en su carnes en los últimos días los rigores de la cara discrecionalidad de los arbitrajes en la Liga española. Curiosamente, o no, ante dos equipos de peso en la Liga española, el Atlético y el Barcelona.
Aclaremos antes en cualquier caso que no caben, en esta interpretación, campañas o complots masónicos o pseudopolíticos contra los equipos sevillanos, caben buenos o malos arbitrajes, caben consideraciones 'sui generis' dependiendo de los rivales y de la relación de fuerzas de cada equipo, y caben sobre todo malos colegiados.
Es el caso de Álvarez Izquierdo y Mateu Lahoz, que lo son por chulescos e incoherentes. El primero reaccionó ante la hostilidad del Benito Villamarín, en el partido ante el Atlético, con errores y prepotencia, que provocó un arbitraje espantoso, y más que errático, desconsiderado. Falló en casos puntuales, pero falló sobre todo en su actitud durante todo el partido, algo subido y soberbio. Ante estos fallos, no cabe otra cosa que la sanción, la famosa 'nevera', y algo de humildad si es posible. Y dicho esto, la reacción de Guillén es oportuna en el fondo, pero nunca en la forma. Si un energúmeno provoca algún accidente la única responsabilidad, siempre, siempre, será suya, nunca de un árbitro. Ninguna mala decisión de un árbitro, ni siete penaltis injustos en contra, pueden justificar una reacción violenta.
Y vamos también con Lahoz, con el señor Mateu. El valenciano tiene un espíritu claro de arbitraje 'Premier', de juego continuista, de pocas interrupciones, de fútbol 'de hombres' y de poco arrugarse. Es, quiere ser, en el buen sentido de la palabra, permisivo. Por eso es del todo incomprensible que sancione con expulsión el roce de Medel con Cesc, es indignante de hecho. Porque, ¿tienen alguna duda que de haber sido al revés la cartulina habría sido amarilla, como mucho? Mateu, con su aire de árbitro diferente, de árbitro mejor, al final cae en el error común que lo hace colegiado vulgar, más incluso, que tiene personalidad hasta que se achica con los grandes, hasta que le puede la presión de ver el blaugrana o el merengue.
Al fin y al cabo, es la historia de siempre, la historia de malos árbitros que perjudican siempre al más chico cuando los grandes están presentes.
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