Los derbis son ciclones, lo decíamos en la previa del partido en ElDesmarque. Lo alteran todo, lo cambian, lo alborotan, lo disparan. Y este derbi de la manita, estos cinco goles del Sevilla al Betis, han dejado una resaca histórica.
Lo cierto es que ni el más pesimista de los béticos podía imaginar un castigo tal como el recibido en el Sánchez Pizjuán, y más aún viendo la trayectoria anterior de su equipo. Tan cierto como que el Sevilla desnudó y sacó a la luz todas las carencias del Betis, todas en una misma noche y en apenas cuatro minutos. Doloroso, jubiloso, histórico.
Los derbis son ciclones y no dejan a nadie impasible. A Míchel, por ejemplo, este derbi le ha devuelto un galón importante en su traje de entrenador sevillista, se lo ha devuelto y con brillo. Si llegaba marcado por la derrota del 1-2 de no hace muchos meses, la goleada lo enaltece como técnico nervionense y le da un crédito que sus jugadores, hasta los 17" del derbi, empezaban a mermar.
Pero esta manita lo ha cambiado todo. El Sevilla ha demostrado que al cien por cien es capaz de ganarle a cualquier equipo y en cualquier partido. Al Real Madrid, al Barcelona, un derbi... y también ha demostrado que a medio gas puede perder con cualquiera. Es la realidad de este equipo, la realidad que tiene que mejorar y cambiar el técnico madrileño. Reyes, por su irregularidad, es un buen paradigma del Sevilla. A tope es intratable. Sin intensidad es del montón.
Pero los derbis son ciclones. Y son capaces de trasladar a kilómetros de distancia objetos inmóviles, son capaces de hacer volar realidades lentas, pesadas y lánguidas. El conjunto nervionense ha recibido la tremenda fuerza del viento y debe ser capaz de aprovecharla para ir más allá del Madrid, del Barcelona, del Betis; el Sevilla y Míchel deben ser capaces de hacer de su temporada un huracán constante, porque solo en altas presiones se desenvuelve con soltura. Si así fuera, los objetivos son tangibles, incluso asequibles.
Pero los derbis son ciclones para todo. Para levantar y desprenderse de cimientos, y también para destruirlos.
Este derbi ha derruido una edificación, una imagen. El 'Mel incorruptus' perdió en el Sánchez Pizjuán su halo de intocable. Quizás sea injusto, pero con él en el banquillo el Betis ha sufrido la peor de las derrotas en 70 años y ha vuelto a recibir cinco goles medio siglo después. No es moco de pavo.
El ciclón 'Derbi' se ha llevado por delante una idea, una tendencia que pretendía hacer cambiar el Betis. Y quizás ese haya sido el problema. Que el Betis se hizo a la idea sin haberla logrado. No era soberbia ni altivez, pero sí exceso de confianza mal entendida lo que vapuleó al Betis en el Sánchez Pizjuán, a Adrián, a Nelson, Álex Martínez, Juan Carlos... perdidos entre el ojo del huracán sin saber por dónde soplaba el viento, creyendo que los cimientos eran tan fuertes que no había que siquiera amarrarlos.
El ciclón del derbi se lleva por delante al Betis, un Betis crecido ante su eterno rival, que ha agachado la cabeza y que ha perdido parte de la moral que le había hecho remontar.
Así son los derbis. Pasan y son capaces de cambiar un paisaje, un cuadro, una escena, volverla del revés y dejar otra diametralmente opuesta a la anterior.
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