La Platea de Juanma G. Anes
Huelva Información
Para un niño de los 80, lo de ahora tiene poco que ver con aquello: el fútbol era entonces poder ir al estadio a una hora decente y maravillarse con el inimitable Alzugaray (que sí, que el regate existía ya mucho antes que Messi y Cristiano, narices); era esperar ansioso ese sábado noche para ver en la tele -en la única- el normalmente también único partido de la semana; era vivir intrigado por saber si realmente podía haber sido tan increíble ese gol casi sin ángulo de falta directa de Hugo Sánchez, tan terrible aquella desgracia de la bengala de Sarriá o tan fatal el infortunio de aquel pobre portero del Celta tras el golpe con el atlético Baltazar, sucesos contados inmaculadamente por la, por entonces, siempre respetuosa radio. Muchas cosas no las veíamos, pero no nos hacía falta: las vivíamos como el que más. Puede que ese tiempo no fuera mejor que el actual, pero de lo que estoy seguro es que no era peor.
El telefútbol y el internetazo que nos arrasó poco después nos ha permitido todo: ya no nos perdemos un partido de los nuestros –casi ni un entrenamiento-, controlamos a los jugadores de medio mundo sin álbum Panini mediante, sabemos el número de sus zapatos, su gel de afeitar, cómo y cuándo se hacen la permanente y hasta comprobamos sus aficiones (y lo terriblemente mal que escriben algunos) gracias a los retuiteos. Ha cambiado tanto la historia que mientras unos imponen la ley de silencio los otros, lógicamente, dicen lo que les da la real gana cuando les da la real gana por Tuenti o Facebook. Como ponerle puertas al campo, vaya.