El caso de Rubén Castro, su detención y la denuncia de su expareja por presuntas lesiones y agresión sexual ha irrumpido de forma rotunda en la actualidad del Betis, en la deportiva y en la actualidad de Sevilla incluso. Pero esa irrupción tan notoria solo debe tener por el momento una respuesta.
Una respuesta judicial. Quizás conviene hacer un ejercicio de memoria y de responsabilidad para no traspasar los límites oportunos, informativos y sociales. Rubén Castro es inocente mientras no se demuestre lo contrario. El caso está en manos del juez y él será el que determine si los indicios y la denuncia conducen a una culpabilidad manifiesta o si, por el contrario, se quedan en nada. La emisión de juicios de valor por el momento sobre su persona es tan innecesaria como desacertada.
Como desacertado, innecesario e inapropiado es emitir esos juicios, de forma velada o no, sobre la presunta víctima, o incluso sobre la Ley Integral contra la Violencia hacia las Mujeres. Valorar, opinar o ejercer un frente a su favor o en su contra solo conduce a la equivocación y a la precipitación. La misma ley que rige la responsabilidad o no de Rubén Castro en los supuestos hechos rige la de su expareja y denunciante.
Y he de decir que no resulta nada complicado ejercer la equidistancia en casos así. Es lo natural incluso, por más que casos como este irrumpan de forma abrupta en un mundo como el deportivo. Porque de lo contrario se corre el riesgo de prejuzgar a alguien sin que haya condena de por medio o, tan peligroso como lo anterior, trivializar un problema tan grave como la violencia sobre la mujer por el mero hecho de instalarse en la banalidad pura del circo futbolístico.
En definitiva, es fácil. Solo hay que respetar, a todas las partes y el trabajo judicial. La opinión, sin base, sobra.
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