Ahora que ya ha empezado el desembarco real de los nuevos, estos tienen que ganarse la confianza del personal. Primero, pagando y solventando las deudas existentes (todo lo demás es hoy bastante secundario), y luego creando un proyecto deportivo que, aunque no mire a la Luna, recupere el orgullo local. Recuerdo que no es obligatorio que el orgullo venga de la mano de victorias o ascensos: el primer Recre de Caparrós en 2ªB y la inolvidable recepción tras aquel batacazo de Soria es la mejor muestra de ello.
Los nuevos jefes descubrirán ahora a nuestros ‘queridos avinagrados’, un colectivo muy peculiar que no es que sea crítico, es que nació cabreado con el mundo. La munición que preparan es fácil de adivinar, porque si los que gobiernan el Decano son foráneos el argumento es que “nunca sentirán el Recre como los de Huelva y lo abandonarán a las primeras de cambio”, al mismo tiempo que si los rectores son de la casa el problema es que los de aquí “están demasiado tiesos como para hacer que el club crezca”. Si el entrenador es local, al primer tropezón que tenga se le tratará como a un inútil total (la hemeroteca los días antes de la destitución de Zambrano no engaña); si el preparador es allende nuestras fronteras, el lema es “para lo que hace éste, mejor uno de la casa”; si en el primer equipo prevalecen los jugadores de la cantera vociferarán que “¡con cuatro chavales no se puede ir a ningún lado!” pero claro, si a la cantera no se la mira ni por cortesía “es que los que mandan sólo vienen a hacer negocio con jugadores de su cuerda”. Hay más: cuando el Recre ha rozado los 17.000 abonados han asegurado, sin rubor, que “más de la mitad sobra porque esos sólo se apuntan en las buenas”, mientras que cuando van al campo los 5.000 de toda la vida lloran porque “o hay el triple de abonados o este club no llegará nunca a nada”. Y así hasta el infinito.
Con permiso, mis consejos van por otro lado: que no miren a nadie por encima del hombro, que defiendan, presuman y publiciten el decanato con fiereza y que, tras un lustro perdido, le den cariño a la gente, que falta hace. Incluso a los avinagrados, que también están subidos en el barco.