La Platea de Juanma G. Anes
(Huelva Información)
Si siempre es importante que el capitán del barco sea un auténtico líder, en años de economía de guerra no hay nada más vital que un equipo tenga en el entrenador que lo gobierna la horma de su zapato. Aquí hubo un tiempo en el que los técnicos duraban lo suficiente como para que, con más o menos agrado, todos supiéramos con total exactitud el rumbo que se mantenía. Desde que firmara Villanova en 1992 pasando por Caparrós, y hasta que concluyó en aquella imborrable final de Elche la primera etapa de Alcaraz, el Decano contó con una estabilidad en el banquillo hoy inimaginable. Sólo la apuesta por Del Barrio salió rana en once temporadas, que se dice pronto. Desde entonces hasta hoy, con contadísimas excepciones, esto ha sido una auténtica locura.
Domínguez no cayó precisamente de pie porque sabemos ya cómo y por qué llegó, con Pavón damnificado tras habernos hecho sacar milagrosamente la cabeza del pozo aunque las piernas, por entonces, nos seguían temblando. Sin embargo, con todos con los que charlo me cuentan que el portugués se tiene totalmente ganado al vestuario y al personal del club; ahora le queda lo más difícil: ganarse definitivamente a la grada, paso fundamental para mirar arriba.
Creo que no me equivoco demasiado si afirmo que la inmensa mayoría del recreativismo activo –lo que diga o piense el recreativista ‘de boquilla’ me interesa bien poco- no le exige ni a él ni a nadie el ascenso, pero sí que se pelee por subir hasta el último suspiro, se tenga los mimbres que se tenga, así como poder salir de cada partido sintiéndose orgulloso de lo que se ve; aunque no haya victorias excelsas, pero que las derrotas que lleguen no atenten a la dignidad del escudo ni a su historia, cosa tristemente repetida en el pasado más reciente. Ahí estará el triunfo o el fracaso del portugués. Si lo consigue, esta peculiar pero agradecida afición le tenderá, sin dudarlo, su mano.