Juan Merino está realizando al frente del Real Betis una labor inestimable. No hay ni debe de haber ninguna duda. Dos empates ante dos de los equipos más punteros de la Liga, dos empates consecutivos que han refrescado y mejorado el presente del equipo verdiblanco dan fe de ello.
Pero esta labor de Merino, este nuevo aire que le ha dado al equipo heliopolitano, no debe de ser óbice para que el club bético consume su idea, la lleve a cabo y la plasme. No puede ser que, una vez más, el Betis se mueva por las voces que traen viejos o nuevos vientos; no puede ser que en el Betis hace dos semanas hubiera tomada una decisión firme sobre el cambio de entrenador y el futuro inquilino, Juande Ramos, y que dos semanas después los mismos que decidieron cambien y ahora se plieguen a la corriente de opinión, a la mayoría.
La situación va más allá de qué técnico es el adecuado para cerrar la presente temporada, si Juan Merino, que podría serlo, o Juan de la Cruz Ramos, que incluso puede que no sea el más adecuado dadas las circunstancias. Pero la decisión va más allá de esta idoneidad o no, la decisión va de la idea, la creencia y el argumento que tienen los dirigentes del Betis, y esa es a certeza el fichaje de Juande Ramos, por el que hace tan solo unos días eran capaces incluso de acudir a bancos para afrontar su fichaje. Tras unos días, algunos cánticos y un par de buenos resultados, el consejo del club da un giro de 180º en su decisión.
Ese es el principal mal del Betis en las últimas temporadas. La incapacidad para tomar decisiones de calado, no siempre a favor de corriente. Y justo cuando esa incapacidad parecía tornar en coherencia, en lógica con la apuesta de un entrenador de garantías, de nuevo las circunstancias derrumban esa seguridad.
Mientras no haya un proyecto y una política sólida que respete el mismo Betis, la política del Betis no será seriamente respetada.