Cádiz es el compás que se despierta en los nudillos del que tiene cerca una mesa. El arte único de La Viña regalando coplas por febrero. El olor a sal por La Caleta. Es encontrar la belleza en la sencillez de un pasodoble. La humildad de su gente. El 'chin taca taca pom' con el que llegaron Los de Capuchinos. La pasión que despiertan unos ladrillos coloraos y a los que el Séptimo de Caballería preguntaba qué tienen.
Cádiz no es tan fácil de definir, pero qué bien se define con la música de Javier Ruibal en la última cuarteta del popurrí de Los de Cádiz Norte. Y para lograr eso hay que ser un genio. Y de Cádiz. Y también hay que serlo para que miles de cadistas se congreguen en el Carranza y entonen un pasodoble, que ya es himno, como si dos religiones se fundiesen en una. Y que a ese propio himno le hayan cantado distintos autores a lo largo del tiempo. ¡Y que, encima, se haya puesto en colegios de Taiwán para aprender español!
Cádiz es responderle a la vida con alegría cuando te está dando las más grandes hostias. Ver las miles de cosas buenas por ‘una cosita mala’. Que de entre todos los pasodobles escritos a lo largo de una trayectoria, ese último sobre las tablas del Falla haya supuesto una lección a la que tener mucha cuenta. Es volverse ‘loco loco loquito loquito loco’ el segundo mes del año.
Cádiz es Manolo y su legado en Manolín y Palmira. Porque Cádiz tiene su sello propio, uno que siempre recordará a él. Por eso, al que te pregunte de Cádiz, háblale de Santander.