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Sierra Maestra: La Escuela cubana de montaña

Kuitxi
La Sierra, por su propio sonido, es una invitación a las alturas.

Dedicatoria: “a Ernesto ´Ché´ Guevara, que subió al ´Turquino´ con entrañas insurgentes”. Cita: "´Ché´, tú lo sabes todo/ los recovecos de la sierra /el asma sobre la hierba fría/ la tribuna/ el oleaje en la noche/ y hasta de qué se hacen los frutos y las yuntas/ no es que yo quiera darte pluma por pistola/ pero el poeta eres tú". (Miguel Barnet).

Vamos a la Sierra a pasar el día, llevaremos agua y alimentos en una mochila, paz y aire puro, volveremos como nuevos. Vamos a la Sierra.

La Sierra es alta, llena de árboles, frondosa, escondite ideal para el que huye, o se esconde, o se refugia, o se confunde entre lo verde, conspirador, conspiradores que dibujan en su mente una revolución para derrocar al tirano. Conspiración y tirano, hablo de Cuba, al final de ´los cincuenta´.

Quiero ir a Cuba, los que me conocen bien lo saben.

En la sierra más nombrada de la ´perla del Caribe´, Fidel, el ´Ché´ y sus hijos juntan sus manos, una sobre otra, y, como una sola voz, gritan: ¡Patria o muerte, venceremos! La sierra se llama “Maestra”, desde ella descendieron al infierno de Batista, derrotándolo. Vencieron. Pero su victoria, cantan ´Los Barbis´, no fue sino… ”presagio de algo que se desea y nunca llega”. Pero quise hacerlo antes de que cayera Fidel, derrocado, o derrotado por la muerte. Antes, y no después, porque sin  él todo sería diferente. Lo sabe Silvio, que es cubano, “Dicen que me arrastrarán por sobre rocas, cuando la Revolución se venga abajo, que machacarán mis manos y mi boca, que me arrancaran los ojos y el badajo”.

Temo, como el trovador Rodríguez Domínguez, que todo cambie, que la venganza sea contra los hombres que dignificaron la Patria con la caña y con los libros. Temo por la venganza, pero no sólo por las venganzas personales: tengo miedo, lo confieso, de que el destino, antes de tiempo, me traicione, de que la Tierra sufra también por el odio de los hombres.

Pienso y siento, con amargura, que la Sierra morirá, y me faltará. Que soldados, con sus hachas, talarán todos sus árboles, dejándola desnuda, huirán los animales, y el bosque quedará triste y despojado. Expolio de una riqueza que guardo en mi corazón, como tesoro, y anhelo ver antes de que las sucias manos la profanen.

´Sierra Maestra´ cubana, escúchame bien: ¡Yo te juro que partiré hacia ti antes de que la Revolución se venga abajo! En tu frondosidad me confundiré, para sentir lo que sintieron los que un día en verdad te amaron. Lo haré por José Martí, sobre todo, poeta que dijo, y dice, que “mi verso es un ciervo herido que busca en el monte amparo”, en el  monte que eres tú, montes entrelazados, cordilleras.

Sierra Maestra que me enseña el camino de otras sierras más cercanas desde la revolucionaria y mítica atalaya del Turquino, allí, tan alto, donde en 1900 se produjo el milagro de la nieve que sacralizó la tierra desde el cielo. Oigo tu nombre, Sierra, y en mi conciencia se repite, una y mil veces, como eco que resuena y no se olvida, Sierra, Sierra, Sierra.

Abro el mapa, paso las páginas, una a una, y lo encuentro lleno de sierras, todo es sierra en este mundo, como si el planeta Tierra fuera todo él una sierra: derechas o torcidas, horizontales o verticales, rectas o arqueadas, cortas o largas, grandes o pequeñas.

Sierras de nombres sugerentes, que te encandilan: Cameros, Gata, Morena, Albarracín, Gredos, Nevada, Bellanera, Almuerzo, Sollavientos, Gúdar, Palomera, Almohaja, Bermeja, Blanquilla, Alhamilla, Chaparral, Contraviesa, Lújar, Guájaras, Gibaltón, Almijara, Aralar, Salvada, Aracena, Mértola, Cazorla, Almorchón, Quilama, Cancheras, Urbasa, Andia; Abodi.

Donde la tierra se abrió, como narra José Saramago en su célebre y estremecedora novela ´La Balsa de piedra. Una grieta que se ensancha lentamente, península que se separa del continente, unos vascos que se alejan a bordo de lo que el literato lusitano denomina “La balsa de piedra”.

Los del norte que se quedan en los otros Pirineos, que ya no son ni montes, ni cordilleras ni sierras, acaso una suerte de acantilados tan altos que desde arriba da vértigo mirar cómo, ahora, abajo hay mar… y no valles.

Allá va la península sin la mitad de los vascos, Balsa de piedra, tierras, sierras que navegan sin saber los que las pueblan que son marinos de un barco a la deriva, que, si nadie lo detiene, chocará. Van las sierras por el mar, flotando, son de un arca lo más bello, pues tienen un poco de todo, vegetación a mansalva, todo tipo de animales, y hombres, algunos hombres.

Los que conspiran contra el tirano, los bandoleros de la ´Serranía de Ronda´ con su pistolón y sus largas patillas, Curro Jiménez, Luis Candelas, el Tempranillo, famosos por sus hazañas y sus desmanes.

Desde lo alto, un helicóptero, un avión, un globo, o la Luna, si la Luna fuera un mirador, podría ver alguien, si se tomara la molestia de tomar unos catalejos, o un telescopio, a esta simpática pareja de seres humanos, mujer y hombre, que se encuentran muy felices en el medio de un sendero que, angosto y sinuoso, pero liviano, va en ascenso hacia una Sierra.

Son revolucionarios, conspiran contra la urbe que para ellos no es sino “jaula de palomas blancas y ávidos cazadores”. Pero no son bandoleros, desvalijar o robar no es su vocación. Son caminantes, andarines, senderistas, montañeros titulados cum laude en la Universidad cubana de ´Sierra Maestra´…

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