Hay un génesis. Siempre lo hay. El cronista debe decidir. Escoger. Hacer saber a la persona que esto lee a cuento de qué alguien que jamás ha escrito ni una línea sobre boxeo ha decidido hacerlo. ¿La coyuntura, este tiempo tan raro en el que vivimos?, se le pregunta. No es así. ¿Si la noticia no viene al redactor, el periodista tendrá que salir a buscarla?, se le insiste. No es el caso.
Abordar el mundo del boxeo es algo que le rondaba desde su acomodo en ElDesmarque Bizkaia. Abordarlo en el sentido de poner sobre la mesa los nexos de este deporte con su vida. Que son tres y tienen un denominador común: la contradicción. Sentir atracción por un espectáculo que, entiende, atenta contra los derechos humanos al mediar actos violentos que generan daño: "suenan los cráneos como yunque herido".
Metáfora de Martí, que presenció la pelea entre el 'hermoso' Ryan, 'Gigante de Troya' también llamado, y Sullivan, el 'mozo de Boston'. Los apodos o nombres de guerra, presentes desde el inicio del boxeo. Tanto horror y sin embargo.
A los 11 años, la cocina de su casa se convertía en un Coliseo con asientos para ocho personas [deberían ser nueve, pero...] 'Hay que ver'. En la tele. En pleno franquismo. La mujer, ausente en campos de fútbol y otros estadios; presenciando, en cambio, un combate de boxeo, lo que se estilaba: la familia que ve el boxeo unida permanece unida. No se escuchan oraciones. Pero seguro que se reza para que Urtain noquee cuanto antes.
Que esperar a contar los puntos de uno y otro no es cosa buena cuando la noche está cerrada. En circunstancias tales, uno se pregunta lo que Carmelo Bernaola con respecto al fútbol y al Athletic Club: ¿Nos gustaba el boxeo... o se trataba de que un boxeador vasco como Urtain nos tenía con el alma en vilo?
Jamás se planteó esta cuestión. Todo era un deseo compartido: que Urtain mandara a su rival a la lona. A veces lo hacía. En el principio. Más tarde, con el tiempo cumplido, habríamos de sufrir viendo cómo el morrosko de Cestona, en regresión, se convertía en ese harrijasotzaile privado de los argumentos que se precisan para merecer el nombre de boxeador con todas sus letras, y el de púgil, con todas las de la ley.
Cuando, acorralado por la crudeza de la vida, y a falta de un amigo de verdad en su rincón, decidió ser él el que se declarara inferior a sí mismo, rodeó su cuello con una toalla y se arrojó por la ventana de su casa a sabiendas de que habría de convertirse en un saco de huesos.
DE urtain se podia escribir un libro y hacer una buena tertulia con personas de esa epoca sobre su trayectoria en el boxeo