Hace tiempo leí en un post de tumblr, de los muchos que circulan en la red social, que Glee no era una gran serie pero que sí que era una serie importante. Yo no podría estar más de acuerdo.
Desde el punto de vista de alguien que intenta formarse en una visión crítica de la televisión y más concretamente, del mundillo de las series, Glee es fácilmente atacable por sus tramas desdibujadas y por el sinsentido que han guiado las historias. Sin embargo, allá por el 2009 cuando comenzase mi aventura con la serie yo no me fijaba en eso. Hacía lo que se debe hacer cuando una se enfrenta a la televisión: disfrutar. Y yo, de Glee, lo he disfrutado casi todo, incluso cuando a veces perdían el norte y los propios personajes se contradecían.
¿Que la he criticado? Sí y más que nada por pura rabia: tenían un producto muy bueno del que supieron sacar pocas cosas. Para mí pasó a ser un guilty pleasure, ya que dejaba atrás historias más interesantes u obras mejor realizadas para dedicarle mis cuarenta y cinco minutos a ella. Pero, citando a Jesse St James –Jonathan Groff-, lo nuestro era inevitable.
Inevitable porque a mis quince años no encontré serie con la que conectase más. ¿Por qué? Porque reunía todo aquello que me gustaba: personajes diversos, música y más música. Encontré la serie que mostraba a aquellos personajes que otros no hacían, la serie que tocaba temas que nadie más se atrevía y que gritaba a los cuatro vientos un mensaje de aceptación que jamás había escuchado.
La serie de los inadaptados, de los raritos y diferentes que ponía en primera plana todos aquellos colectivos que, comúnmente, son ignorados por los medios. Se podría decir que yo he crecido con la serie y que ésta, a su manera, me ha enseñado grandes cosas.
Dejando a un lado el mamarrachismo de las últimas temporadas, la esencia de Glee eran sus valores. Esa sutil ironía del principio, las bromas y el absurdo eran un soplo de aire fresco a la televisión. Su importancia residía –y reside- en cómo ha podido influir en cientos de adolescentes alrededor del mundo.El potencial que tiene una serie en prime time, horario de máxima audiencia, para llegar a tanta gente es espectacular. Que cientos de chicos y chicas alrededor del globo se hayan visto representados en tv, sea por el motivo que sea, la hace grande.
Recuerdo que cuando empezó la campaña anti-bullying en Estados Unidos después del suicidio de varios adolescentes, Glee tocó el tema de una forma muy delicada. Lo mismo hizo con los tiroteos en los institutos, con los embarazos adolescentes, con las duda de fe, con la identidad personal, con los desahucios de familias, con la falta de infraestructuras para minusválidos, con los problemas raciales...
Y todo ello con el elemento vertebral que la hace distinta: la música. Podría criticar muchísimas flaquezas de Glee pero lo cierto es que no puedo decir nada en contra de la música. Y sí, he de reconocer que algunas covers que han hecho eran canciones que mejor no hubieran cantado pero el conjunto de puesta en escena, coreografía y musicalidad no ha bajado jamás el nivel. Y eso sin contar con el favor que le ha hecho a canciones antiguas y a musicales de los que nadie se acordaba. Hoy día hay adolescentes que conocen a clásicos del country, del folk o incluso musicales de Broadway gracias a la serie. Y en eso, también me ha formado.
En el discurso final de Sue Sylvester –Jane Lynch- se resumía lo principal del mensaje de Glee: puede que en la realidad las cosas no sean de lo más agradable pero merece la pena soñar que por qué no, éstas pueden ser distintas.Mirar al mundo no como lo que es, sino como debería ser.
Tras seis años siguiendo las idas y venidas del Mckinley High, tras seis temporadas con las que he reído, me he emocionado y he aprendido solo me quedaba una cosa por hacer y era dedicarle un artículo en forma de agradecimiento. Hasta siempre, Glee.
Genial articulo!!! =)