El martes pasado finalizó su emisión Pulsaciones (2017) tras una temporada de diez entregas que resolvía en su desenlace todas las tramas abiertas y despedía su historia para siempre. Desde que se anunciara el proyecto en 2015, la idea de que tendría sólo una temporada estuvo siempre presente. Y eso se enmarca en una tendencia cada vez más frecuente en la televisión española, donde los proyectos nacen con automática fecha de fin.
Junto a Pulsaciones podemos citar los ejemplos de Carlos, Rey Emperador (2015-2016), Sé quién eres (2017) o La verdad (2017), lo cual revela aún más sobre esta tendencia, y es que se aplica sobre todo a propuestas de corte policiaco o thrillers, aunque la primera sea una serie histórica. Pero propicia para lo mismo porque tiene una historia finita que relatar. De hecho, ninguna de las comedias estrenadas en nuestro país en los últimos años sigue esta tendencia, y si no han pasado de la primera temporada ha sido porque sus audiencias no eran lo suficientemente altas -Algo que celebrar (2015), El hombre de tu vida (2016), Aquí Paz y después Gloria (2015)-.
¿Dónde se puede rastrear los comienzos de esta tendencia en la ficción española? En principio todo tiene que ver con una combinación de mentalidad de mercado con el éxito de una serie y la proyección de que ese éxito pueda sostenerse en el tiempo. Cuando Cuatro estrenó en 2009 ¿Hay alguien ahí? (2009-2010) se consideró un éxito y consiguió la renovación sin problema, pero sus responsables no quisieron arriesgarse a no poder concluir su historia sobrenatural y decidieron que la 2ª tanda fuera también la última. Fueron sabios, ya que cuando ésta se estrenó no cosechó unos buenos números. Algo similar, e irónico porque era además el mismo equipo de creadores, pasó con Ángel o demonio (2011) en Telecinco, que había rodado 13 entregas como una primera temporada. La cadena decidió darles nueve más para seguir la historia, pero viendo que las audiencias decaían un poco y que el rodaje de los nuevos episodios lo permitía, se acabaron por emitir los 22 capítulos de un tirón, como una única temporada.
Esa mentalidad, unida al hecho de que cada vez menos espectadores ven la televisión frente al monitor, ha afectado irremediablemente a la manera de hacer ficción en España. Si uno se da cuenta, ninguna serie semanal estrenada después de 2012 sigue en antena en la actualidad, y las únicas supervivientes son Cuéntame cómo pasó (2001-) y La que se avecina (2007-), raras avis que se beneficiaron de estar ya consolidadas cuando la tendencia se asentó. Si no es porque las propuestas simplemente no enganchan -Stamos okupados (2012), Rabia (2015), Bienvenidos al Lolita (2014), Buscando el norte (2016)-, es porque las cadenas y los creativos prefieren no alargar las historias o caer en las cancelaciones -Velvet (2014-2016), Sin identidad (2014-2015), El barco (2011-2013), Los protegidos (2011-2013)-.
No es casualidad tampoco la proliferación de miniseries o TV-Movies en la última década en la ficción española, ya que no sólo son producciones más controlables económicamente sino que no repercuten tanto en ellas los datos de audiencia, ya que no van a tener continuidad. Además, las nuevas temporadas suelen ser más breves y no pasar de 10/13 episodios, con Cuéntame o Allí abajo (2015-) como excepción a la norma. Lo irónico, por supuesto, es que un gran éxito se sigue traduciendo en querer más de lo mismo, de ahí que Telecinco alargara lo más posible las dos temporadas de El Príncipe (2014-2016) o que se esté trabajando en una nueva tanda de la miniserie Los nuestros (2015-).
La apuesta es clara entonces: comedias que sí puedan tener continuidad, porque su relato esté más movido por los chistes que por las tramas, y dramas que presenten historias que enganchen y no tarden mucho en resolverse. El punto intermedio lo pone algo como El ministerio del Tiempo (2015-), cuya estructura dramática de caso-por-capítulo sí se presta a la existencia de varias tandas. ¿Nos extraña a veces ver a los mismos intérpretes en distintas series a lo largo de un mismo periodo de tiempo? Es normal si uno se para a pensarlo, ya que se salta de proyecto a proyecto ante la habitual certeza de que el trabajo ha terminado o duda de si lo hará, y esa duda hay muchos que no se la pueden permitir. La tendencia por tanto existe y es común en la ficción española. Nos acercamos al camino de la autoconclusión. Cada vez más.