Quizá quien hable por mí al firmar estas líneas sea mi espíritu llamader, que ya existía antes de ver La Llamada en el cine. Quizá es porque sentí la Llamada en un momento vital en la que me hacía mucha falta y tuve la oportunidad de ver a un elenco entregadísimo en el Lara, realizando una labor social preciosa en su cuarto aniversario en el teatro. Quizá es porque prácticamente todo lo que han hecho los Javis –Javier Ambrossi, Javier Calvo- me ha gustado, llegando a confiar en su buen hacer pese a que sean “unos recién llegados”. Quizá solo se trate de que me haya enamorado un poco más de su ópera prima al verla en pantalla grande. No sé el motivo exacto, pero hoy quiero reivindicar –y defender- ese tipo de cine que para mí es La Llamada.
No voy a realizar una crítica cinematográfica de ella porque, siendo sincera, no me creo con la objetividad necesaria. Eso y que todavía no he reposado el subidón de energía que viví el otro día en el cine. Solo puedo recomendárosla enérgicamente, asegurándoos que hace mucho que no veo un elenco tan entregado y auténtico. Creo que no exagero cuando digo que La Llamada tiene en cartel a varias de las mejores actrices de nuestro país.
Pero bueno, dejaré la película a un lado porque este artículo no habla de ella, sino del tipo de cine que –para mí- representa.
La Llamada es en mi opinión una peli-refugio. Las pelis-refugio son un concepto de invención propia, aunque estoy segura que mucha gente usa términos parecidos o prácticamente iguales. Se tratan de pelis que te pones a ver los días que no son del todo buenos y necesitas recuperarte con una dosis de buen rollo. Pelis que ves en las noches en las que estás contenta y necesitas algo que disfrutar. Las que pones en las citas en las que la que solo te importa que la otra persona se sienta a gusto, o cuando quieres que te conozca un poco más a través de aquello que te apasiona. Son esas que tus colegas y tú os ponéis de acuerdo para tener de fondo mientras pasáis una tarde de juegos de mesa.
Películas de un género nada concreto, porque funcionan diferente para cada persona, pero que tienen en común ser la expresión máxima de lo que es el cine. O al menos, de ese ideal nostálgico casi romántico que es el cine.
A mí me sirven los clásicos musicales, la mayoría de la filmografía de Robin Williams, los dinosaurios, ya sean animados o animatrónicos, la ciencia ficción de los 90’s, algunas de Marvel y las de instituto/adolescente.
El poder de este tipo de cine es que durante la duración de estas pelis, el presente se desvanece y tan solo existe el universo que ellas me enseñan. Es como meterme de lleno en la lectura de un libro apasionante o escuchar mi disco favorito.
Algunos cinéfilos aseguran que no son buenas películas, que carecen de forma y contenido, que su dirección es bastante pobre o que el guion es meramente “bueno”. No poseen, según su criterio, aquellos estándares que la proclamarían como “gran película”. Ya sean porque son blockbuster palomiteros o musicales rock, siempre hay un motivo por el que estos señores tan listos me discuten mi gusto cinematográfico.
Mi respuesta a sus críticas siempre es la siguiente: ¿y? Denme mil veces las risas que me echo viendo Chicas Malas o Supercañeras antes que otra película súper sesuda sobre un hombre de mediana edad en crisis que resuelve sus problemas haciendo uso de la violencia.
En una coyuntura social donde el cinismo y frivolidad son el estandarte de aquellos que se definen como alta cultura, entendidos todos de lo que es la verità del cine, creo que es necesario más que nunca reivindicar el cine sencillo, simple y auténtico. Ese que no se esconde en discursos enrevesados para dar un mensaje, que le habla de tú a tú a quien se sienta en la butaca y le hace disfrutar y pensar y salir con el pecho henchido de alegría. El cine entendido tal y como La Llamada lo entiende.
La revolución de la emoción frente al nihilismo más brutal.
La valentía de hacer que unos personajes sientan, padezcan, se pierdan y se encuentren, fundamentados en unos valores que vemos cada vez menos.
Antes de que alguien puntualice mi discurso como una oda al cine “vacío”, lo aclaro: no estoy diciendo que se caiga en lo simplista, sino que apostemos por el cine que nos hace felices y nos dejemos de discursos aparentemente sarcásticos que no aportan nada. De hecho, la complejidad de películas como La Llamada radica en hacer que un mensaje difícil sea transmitido de una manera comprensible y universal.
Salir de ver La Llamada es salir con una dosis de valentía, dispuesta a seguir esa filosofía de Lo hacemos y ya vemos que una siente cuando se es joven y que se pierde por el camino. Es salir queriendo volver al Campamento La Brújula, canturreando eso de “estoy aleeegre”. Es celebrar ese coming-age que se vive una o varias veces en la vida, cuando de pronto todo se pone patas arriba y encuentras aquello que verdaderamente deseas.
Encontrar ese refugio durante dos horas donde resguardarte y cantar a pleno pulmón mano a mano con Dios, sea lo que sea o quien sea la percepción divina que tengamos.