Timbuktu debería ser una película que mostrase y denunciase (de forma necesaria y contundente) una irrefrenable situación de violencia, dolor y muerte. El momento que se vive en todos los países que orbitan alrededor del Islam pasan por un instante muy complicado, de forma interna y de cara a la opinión pública.
Los últimos acontecimientos sucedidos en Francia han encendido la mecha de cara a una seguridad nacional casi militar y un miedo colectivo de asombrosa magnitud.
Sin embargo, Abderrahmane Sissoko desaprovecha una oportunidad brillante de acercarnos una realidad cotidiana, la que vive la gente cercana o practicante de una religión denostada por la propaganda occidental y víctima del extremo radicalismo de las minorías que se alzan con el poder.
Timbuktu pierde la ocasión de profundizar en el día a día, en el miedo, en la sensación de inseguridad que se vive en aquellos lugares donde esa “palabra de Alá” justifica la sangre vertida.