Hace cuarenta años se apagaba de manera incierta (a día de hoy se desconocen las causas exactas de la muerte) la figura del cineasta italiano Pier Paolo Pasolini, una de las mentes más transgresoras y revolucionarias de su tiempo. Pese al carácter polémico de su protagonista, el director Abel Ferrara entrega una obra un tanto insuficiente con tamaño material histórico.
Y es que, de todas las teorías que se incluyen para intentar justificar o hallar alguna respuesta a lo que realmente sucedió la noche del 2 de noviembre de 1975, Ferrara opta por no emitir juicio alguno y plasmar la que ha sido aceptada como la más cercana a lo que pudo pasar. Ni rastro de aquel chantaje con algunos rollos de película robados tras finalizar Saló o los 120 días de Sodoma ni el dinero que, se supone, portaba Pasolini en su coche y desapareció a la mañana siguiente.
Abel Ferrara, quien ya sacudió a otro personaje histórico (aunque de un calado moral bastante discutible) como Dominique Strauss-Kahn en Welcome To New York, intenta captar con bastante éxito el espíritu del cineasta a través de un imperial protagonista, un Willem Dafoe inmenso en cada mínimo detalle. Es él, a través de su recreación, quien lleva al espectador por los senderos de la provocación del arte de Pasolini a quien Ferrara intenta también homenajear poniendo en escena la que pudo ser la última trama narrada por un pensador, político, escritor, cineasta y artista irrepetible.