Helen Mirren y Ryan Reynolds ejecutan un ejercicio de justicia histórica en La Dama de oro, de aquellos que los hermanos Weinstein han venido perpetrando últimamente en las salas de todo el mundo. De hecho, a quien le hubiese gustado la experiencia de Philomena, encontrará la película dirigida por Simon Curtis (Mi semana con Marilyn) una grata y sincera aventura a través del recuerdo de un pasado que precisa reconocimiento inmediato.
La película se basa en la lucha que mantuvo Maria Altmann para recuperar una serie de cuadros que el pintor Gustav Klimt realizó sobre su tía, Adele Bloch-Bauer y que hoy se conserva en la Neue Galerie de Nueva York. Este pleito, llevado a cabo entre Altmann y el gobierno de Austria es lo que la película pretende reflejar a través de las diatribas de su protagonista y el joven abogado (idealista y soñador, tremendamente americano) que defiende su caso.
Curtis dispone de un libreto interesante, sin demasiadas subtramas que compliquen demasiado la atención y ejecuta la acción desde un acertado prisma televisivo. La dama de oro es de consumo rápido, no exige más que una medida atención y el resultado final es satisfactorio (en su justa y necesaria medida).