En tiempos de pandemia, de confinamiento y reclusión social, Netflix estrena en su catálogo una película con la que sentir aún más el sentimiento de agobio y ansiedad que ya tenemos para, a la vez, devolvernos a la realidad bastante acomodada en la que vivimos (la mayoría) a pesar de la situación que nos ha tocado vivir con el coronavirus.
En 2019, la compañía, desde su sede española, apostó por un proyecto dirigido por Galder Gaztelu-Urrutia. El Hoyo, también conocida como The Platform en de cara al extranjero, se estrenó previamente en festivales ganándose el favor de los críticos. Una cruda ficción que representa el lado más oscuro y real de los seres humanos.
Hace casi dos semanas, la gente corría a los supermercados y llenaba los carros con numerosos artículos que quizás no le harían falta, dejando a muchos que probablemente lo necesitaban sin ellos. El Hoyo, es un "comer o ser comidos", sin importar quién puede "ser comido" más adelante.
Una visión grotesca y desesperanzada de la condición humana que solo los más fuertes van a poder soportar. Las hay peores, por supuesto, pero ciertas imágenes retumbarán en mi cabeza por mucho tiempo. Sí, es buena. El mundo creado es interesante, tiene un guion elaborado y un reparto más que adecuado; sin embargo, ¿es tan perfecta? ¿es tan "peliculón"?
El mundo creado es original por la estructura penitenciaria creada pero a la misma vez no deja de ser un contexto distópico de esos que tantos hay ya, con unos personajes que las pasan canutas en un espacio cerrado al más puro estilo Cube. Hablando de personajes, son probablemente lo mejor que tiene la película junto a una soberbia puesta en escena.
Su guion es prometedor y en general avanza bien pero tiene algunos agujeros más grandes que el propio Hoyo. ¿Por qué los responsables saben que se han quedado algo de comida pero no saben que la gente sube y baja en la plataforma? ¿De verdad les da igual que la gente se pasee por el Hoyo a sus anchas?
El Hoyo de Netflix tiene, además, un final abierto pobremente escrito. Entendemos qué han querido decir con él: no todo el sistema está corrompido, la niña es el símbolo de la esperanza y de la nueva generación. Hasta ahí bien, pero en ningún momento se dibuja una línea entre lo que es real y lo que no.
La visión del director ha querido darnos un mensaje final "para intelectuales" sin dibujar una línea entre lo que es real y lo que no. El problema reside en que es muy fácil entender el mensaje, pero no el canal - la historia - por el que ha sido transmitido. Te deja en sabor de boca muy extraño que te hace olvidar los estremecimientos y la tensión sufrida a lo largo de la película. De un "madre mía", acaba en un "bah".