El verano supone varias cosas para la televisión. Para empezar, es el periodo más largo en el tiempo donde el grupo demográfico más ansiado (los jóvenes) pueden consumir más contenido. También es un periodo asociado habitualmente a las vacaciones y al relax, de ahí que se espere que esos contenidos no sean especialmente complejos o sesudos, sino más bien festivos y muy entretenidos. Pero como pasa con todo, y más en el cambiante mundo televisivo, las cosas no permanecen iguales.
Las cadenas en abierto, por ejemplo, solían dedicar el verano a las reposiciones, a emitir algún producto en el que no tenían mucha confianza, sabiendo que las audiencias no iban a ser grandes en esa época, o también a emitir co-producciones con Canadá. En 2013, CBS y ABC decidieron dar un salto hacia delante y crear unas series veraniegas. La elección de CBS fue inteligente: adaptar el libro de Stephen King y así poner en pie La cúpula (2013-2015). ABC eligió un culebrón y hacer un remake de serie británica, y así nació Infieles (2013-2016). La estrategia implica temporadas más cortas (un menor gasto, que también importa), y permite también tratar de no perder espectadores.
¿Qué se asociaba a un proyecto de verano? Ligereza, giros de guión, entretenimiento, sexo. No siempre se dan estos rasgos, porque hay algunas que se emiten en esa franja por pura distribución de la programación, pero existe la idea de producir para este momento, de atraer a los espectadores con unos elementos concretos y ofrecerles en última instancia algo autocombustible, que puedan disfrutar y olvidar con la misma.
Pero en la actualidad, con Netflix y demás productores en streaming cambiando cómo y cuándo se consumen los contenidos, se puede emitir en verano una miniserie tan dramática y densa como Heridas abiertas (2018), o la 4ª temporada de Better Call Saul (2015-), o la segunda de Ozark (2017-). Etc, etc, etc. Ya que al final, el espectador no deja de serlo y nunca. No hay vacaciones de este disfrute catódico.