La tercera tanda de La Casa de Papel (2017-) todavía fresca en nuestra memoria seriéfila y la cuarta está en proceso de montaje. Pero Netflix se ha asegurado de que la exitosa propuesta continúe, y ha llegado a un acuerdo para renovar por una quinta tanda de episodios.
Igual que hace unos días se anunciaba la sexta de Las chicas del cable (2017-). O se ponía fecha de estreno a Hache (2019-). O se anunciaba en redes sociales el fin del rodaje de la 3ª de Élite (2018-). Y con Alta Mar (2019-) a un mes de estrenar su 2ª tanda y Paquita Salas (2016-) clamando a gritos más capítulos.
En definitiva, los proyectos de Netflix España están calando en el catálogo del gigante del streaming. Por la razón que sea (argumentos de probado gancho, repartos atractivos, narrativas para maratonear), lo cierto es que la importancia de esto es innegable y es un motivo de orgullo.
Aunque no es perfecto tampoco todo, y el problema es que son apuestas hechas para apelar a un público internacional. Desde un punto de vista financiero esto tiene todo el sentido del mundo, porque hay que recuperar la inversión. Es el clásico enfrentamiento entre la lógica empresarial y la querencia por la innovación, por querer ser los primeros en hacer algo así.
Es una idea estimulante, aunque ojalá existiera con mayor consenso y poder localista. Hacer una serie netamente española (Paquita Salas es lo más parecido, pero no comenzó en Netflix), no plegada a las exigencias de una comparación inevitable con la norma que marca USA. Solo hay que pensar en la recién estrenada Criminal (2019-) para ver a qué me refiero.