He de comenzar haciendo una confesión. Con Luis Enrique siempre he tenido sentimientos encontrados. He llorado con él viéndole con la nariz rota, ensangrentado, allá por 1994 ante Italia, y le he puesto de vuelta y media en cada una de sus muchas salidas de tiesto.
Desde su llegada a la selección española, como que le he dado la enésima oportunidad. Y, sorprendentemente, veo que no he sido el único. Ayer presencié en el Martínez Valero de Elche a toda la grada coreando su nombre durante medio minuto. Lo nunca visto. No sé si sería producto de la media docena de goles a la subcampeona del mundo, Croacia, o que algunas de sus decisiones en lo que a comunicación e imagen se refiere están funcionando. Analicémoslas.
Digamos que es lo más evidente. Sus comparecencias como técnico del Barcelona eran un desagradable y continuo enfrentamiento con los periodistas, que no dudaban en sacar rédito de ello en sus programas y tertulias. Ahora, incluso bromea y sonríe con la Prensa.
La Federación Española, consciente cuando lo fichó de que su imagen y su popularidad no estaban por las nubes, lo presentó en sociedad y en redes sociales como si fuera un jugador estrella que llega a un club. Más que como un entrenador. De hecho, recurrió a imágenes de su etapa como futbolista de la selección y apeló a su espíritu de lucha y garra cuando era jugador.
Su etapa en el Fútbol Club Barcelona fue, a partes iguales, exitosa y de las que dejan huella. Por eso, y no quiero decir que esto sea clave en sus decisiones deportivas, deja claro en cada comparecencia pública que le da igual de dónde venga el jugador. Que todos son de La Roja, y que no mira ni el carnet ni con qué club juega los domingos.
Sonora ha sido su polémica con Jordi Alba, pero de agradecer su compromiso con los que mejor están y no con los que más nombre tienen. Buen ejemplo de ello fue la convocatoria y posterior titularidad ante Croacia, de los dos valencianistas: Rodrigo y Gayá.
No se casa con nadie. Buen ejemplo de ello fue la convocatoria y posterior titularidad ante Croacia, de los dos valencianistas: Rodrigo y Gayá.
Muchos apuntaban que su llegada traería detrás una revolución, lo que puso en guardia a muchos aficionados que creen que hay veteranos que aún tienen mucho que aportar como Sergio Ramos. El capitán de la Selección ya ha evidenciado que está a muerte con el nuevo técnico, y eso lleva detrás, seguro, una buena charla a ‘calzón quitado’ de entrenador y capitán. La afición lo agradece. El barco, con los dos dentro y remando, es más fuerte.
Consciente posiblemente de que su imagen pública muchas veces roza la soberbia, ha sorprendido verle reconocer públicamente algunos de sus errores. Y se agradece. El caso de Iago Aspas, es un claro ejemplo. Pero no el único. ¡Chapó!
Por último, parecía que llegaba un sargento a la Selección. Prohibidos móviles, salidas y no sé qué más. Al final, la concentración ha parecido ser una balsa de aceite, con buen rollo y salida a un ‘Escape Room’ incluída. Se erige como líder.
Juanan Pardo
Especialista en comunicación y Marketing deportivo