Cantan en Gol Norte, desde hace muchos años, ese cántico que entona el 'Sevillista, de los Biris y campeón', y posiblemente no se le ocurriese al que escribe este artículo una frase, una canción, una oración, más acertada para dedicarle sus últimas líneas a Jesús Navas. No sabemos si el de Los Palacios, ya exjugador oficialmente, será "de los Biris", pero sí sabemos que es sevillista como nadie y campeón como (casi) nadie y un futbolista de época, de los que jamás se podrán igualar, un Galáctico que decidió ganar con los suyos.
Nacer a principios de los 90 y tener algo de consciencia futbolística cuando apenas iniciaba el 2000 llevaba a cualquier joven criado en Sevilla, en el espíritu sevillista, a mirar, con admiración, a las figuras de Raúl González, a Luis Figo, a Rivaldo, a Francesco Totti si tus padres tenían algo de parné para el Satélite Digital, porque de blanquirrojo sonreía Antoñito, regateaba José Antonio Reyes y Olivera hacía locuras pero la realidad es que su brillo era menor.
Imaginar en un futuro a corto plazo a una estrella mundial, a una Leyenda nacida en Sevilla era prácticamente imposible. Era la época de Los Galácticos, sabías que si un día alguien brillaba, Florentino Pérez se lo iba a llevar. Con José Antonio Reyes tardó un poco, pero lo que no esperaba el mandamás madridista era que en 2003, aquel año que el Valencia se proclamaba campeón, aparecería un niño que acabaría con todos: Don Jesús Navas.
No tenía esa chispa de José Antonio Reyes, no tenía un gol abrumador; para no tener, no tenía ni una zurda -aunque anotase aquel golazo en San Mamés- que le permitiese ser ese futbolista moderno que prometían que llegaría -aún recuerdo cuando Manolo Jiménez intentó colocarle en la izquierda con Capel en la derecha-. No tenía trajes blancos, ni pendientes, ni coches galácticos. Tenía sencillez, humildad y toda la vergüenza por existir frente a las cámaras. Tenía todo para ser uno más. Pero Jesús no quiso ser uno más.
Porque como decíamos, si nacías a principios de los 90, vivías una vida de lo más normal y, debido a ciertas taras, acababas viendo los pocos partidos que tu equipo jugaba en el Plus aún codificado intentando adivinar cuándo la recogía Darío Silva en la frontal mientras escuchabas la radio, lo normal es que no quisieses ser como Jesús: tú querías fama, entrevistas, coches guapos y que sonasen mucho. Insensato.
Insensato, decía, porque ahora todos quieren ser como Jesús Navas. Como decía antes, lo tenía todo para ser uno más, pero él no quiso serlo. Superó problemas de ansiedad, se alió a un lateral-mediocampista-mediapunta y a dos delanteros históricos para ser parte del mejor Sevilla de la historia, fue campeón con los suyos, salvó al club cuando no había ni un duro y se marchó a Inglaterra, y si aún le quedaba algo por hacer, también lo hizo: volvió, defendió el '16' de su hermano Antonio Puerta y levantó no uno, sino dos títulos como capitán de su Sevilla.
Si a todo esto, que ya todos conocíamos, te faltaba algo para entender que eras un insensato, un pobre inepto, deberías recordar que el niño de 39 años se ha pegado seis meses con una cadera prácticamente destrozada, levantándose casi sin poder andar y abandonando el Sánchez-Pizjuán, aunque con su eterna sonrisa, pensando en 'Dios me tendrá guardado algo muy grande en el futuro'.
Si pudiese, al menos un día, volver atrás, posiblemente le diría a todos esos niños sevillistas que nacieron en los 90 que mirasen a Jesús, que olvidasen los coches caros, los relojes de marca y la fama galáctica, porque al final, hasta el más Galáctico acabó rindiéndose a los pies de Don Jesús Navas.
Insisto, no sé si Jesús Navas será de los Biris, pero sí os puedo asegurar, por si hubiese alguna duda, que es Sevillista y Campeón. Con mayúsculas, por si había incógnita.