Bueno, convengamos en que todo el mundo tiene derecho a un recreo. El sevillismo se lo está pasando en grande mientras Monchi ultima con el Atalanta el fichaje del Papu Gómez. Las redes sociales, sobre todo whatsapp, echan humo con las excentricidades del futbolista argentino. El bailecito del Papu, videoclip incluido, ruló por todos los teléfonos móviles. Más incluso que sus jugadas, goles y asistencias en Italia. Y una declaración de amor del futbolista hace casi un año: su equipo favorito en España y en el que le gustaría jugar es el Sevisha. Salvo sorpresa final, cumplirá su deseo.
Pero que no se engañe: una vez cruce las puertas se acabó el recreo. La Sevilla intramuros que le espera no es otra cosa que una grada, virtual en estos momentos, tan entregada como exigente. La receta del éxito. Un señor dispuesto a sumarse al bailecito del Papu en momento de borrachera plateada pero que desde su rancio asiento de Preferencia le mira con sospecha por encima de sus oscuras gafas de sol de patilla metálica y dorada. Un señor que le daría una guantá con la mano abierta al próximo que le recuerde que "toda la banda, todo el estadio baila como el Papu". Un señor que tardaría menos que Red Bull en una parada en boxes en sacar su pañuelo de tela serigrafiado en cuanto el Papu, tras setecientos pases en horizontal, fuera sustituido por Gudelj con 1-0 en el marcador en el minuto 78 (copyright del querido y exiliado compañero Juan Morilla).
Es y debe ser así. En el Sevilla FC ya se sabe, te exigen pero sin soltarte nunca de la mano. Y no es una pose. Pese a que muchos crean que esta nueva época gloriosa es la que ha dado forma a ese carácter, la historia demuestra que es al revés. Ese legado cultural y social se formó con la primera era dorada del equipo, en la primera mitad del siglo XX. Se fue transmitiendo de generación a generación en mitad de una duradera pandemia de mediocridad. Y es ese legado el que ha hecho posible la fabulosa resurrección del Sevilla en este nuevo milenio. Ese es el orden de los factores que no debe alterar el producto.
Así que ya saben. En cuanto diga Monchi, se acabó el recreo con el Papu. Que en Sevilla, tierra de las más bellas supersticiones, más vale un En-Nesyri criticado que cientos de Papus bailando.