Sólo apto para enfadados

Hay dos tipos de sevillistas en estas horas de resaca: los enfadados y los preocupados. Los primeros, valientes y ambiciosos, han visto a su equipo sumar un punto a lo pobre en el campo del Espanyol sólo 15 días después de tener que tragar sin masticar otro similar en Pamplona. A los segundos, que nunca creyeron en la lucha por la Liga, lo que les incomoda es el vecino. Un Betis convertido esta temporada en rival, actual amenaza para quitarle la segunda plaza y que llega absolutamente lanzado al derbi del Sánchez-Pizjuán. No deja de ser comprensible, pero tampoco deja de ser una tendencia peligrosa hacia la pequeñez.

Los asiduos a este rincón sabrán que desde agosto muchos alertamos de la oportunidad histórica que se le presentaba al Sevilla de pelear por la Liga. Admitiendo su tremenda dificultad, señalamos a un Barça que seguía en caída libre y a un Real Madrid totalmente humanizado y que pospuso de nuevo su tan necesario cambio de ciclo. Eso, unido al magnífico plantel del Sevilla, incluido su entrenador, abría la puerta al sueño de tantas generaciones. Un anhelo que seguía tomando forma en cuanto salió airoso del terrible mes de diciembre. Una ilusión que creció cuando el club tiró la casa por la ventana en el mercado invernal, fichando y no vendiendo, y cuando se dieron dos circunstancias amargas pero necesarias para la epopeya: la eliminación en la Copa del Rey y en la Champions.

A 20 de febrero, lo que ha caído sobre ese sevillismo creyente y ambicioso no ha sido un jarro de agua fría, sino un tanque de agua gélida. Y por eso hay tantos enfadados y decepcionados. Hay (¿había?) mil razones para pensar que el Sevilla no alcanzaría finalmente tan osado propósito. Mil formas de morir, como el programa de televisión: la incesante ristra de lesiones (alguna explicación tendrá este disparate, pues las casualidades no existen), la previsión de que este irregular Madrid no llegará lejos en la Champions, el estado de gracia de Benzemá y Courtois, etc. Pero pocos esperaban que gran parte de las posibilidades se le fueran al Sevilla de una forma tan decepcionante como en El Sadar y en Cornellá.

Partidos que van unidos al empate de Mestalla y ante el Celta en casa. Esos dos tropiezos no generaron esta decepción, pues no se vio a un Sevilla tan minúsculo en intenciones. En Mestalla llegó y le dijo al Valencia "he venido a ganarte". Luego falló lo que falló y no pudo. Contra el Celta fue hubo más bien un accidente que casi enmienda totalmente. Lo demás ha sido un shock, pues es un cuento chino que sea lo habitual, por mucho que sí haya encuentros de ese pobre calado en el historial del Sevilla de Lopetegui.

Aquellos que veían la Liga imposible (y, por tanto, no admiten posibilidad alguna futura de que el Sevilla gane una segunda Liga) no estarán demasiado enfadados tras este empate. No se puede ganar siempre, el rival también juega, el Sevilla sigue sin perder, Koundé se resbaló, el árbitro es guasa, se lesionó Martial... Desde esa perspectiva, el punto es bueno para seguir acotando la parcelita en la segunda plaza y excepcional para garantizar el pasaporte a la Champions 2022-23. Aquellos que sí creen, que sí quieren apostarlo todo en un año histórico, no pueden estar sino tremendamente decepcionados. Por las formas. Su Sevilla tiró a puerta en la segunda parte las mismas veces con 11 que con 10 jugadores: cero. Las mismas que en los primeros y desoladores 45 minutos de Pamplona: cero. Tan pobrísimo bagaje ofensivo, en intenciones y en eficacia (hubo centros sin posibilidad de ser rematados por incomparecencia de acompañantes de Rafa Mir), exige una perfección defensiva imposible de mantener todos los días. Y produce desolación.

No me resisto a tener que recordar la obviedad de que censurar esto no tiene su origen en los resultados, sino en la puesta en escena ante rivales de perfil bajo. Que es algo perfectamente compatible con señalar a Julen Lopetegui como una de las piezas más fundamentales de que el Sevilla sea tan poderoso y que, por tanto, haya hecho creer a tanta gente. Es más, tampoco me resisto a la obviedad de recordar que la Liga que está haciendo el Sevilla es excepcional, que ya se sabe cómo son los meses de febrero en la era Lopetegui y que para derrotarle tienen que pasar mil cosas. Si hace falta, se recuerda cada vez que haya que afear algo al entrenador, que son pocas veces, pero ya se sabe: nadie es perfecto.