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El sueño de una chicotá

Imagen de un pequeño nazareno.
Siguiendo al Real Betis y al Sevilla FC

Tres golpes de martillo secos. El murmullo baja la voz y los cuerpos de los costaleros se preparan. Las miradas se concentran. A unos metros, un pequeño nazareno varita en mano y agarrado a su padre, observa la escena. Sus ojos delatan su curiosidad detrás del antifaz. Después del cómplice diálogo entre el capataz y un costalero, el llamador vuelve a sonar y el palio va al cielo. Suena la levantá, suenan las bambalinas, suena el tambor que avisa marcha.

El pequeño nazareno de antifaz blanco absorbe cada segundo, cada gesto, cada sonido, cada olor. La Semana Santa son sentidos que se hacen presentes. Huele el incienso y el azahar. Suena la melodía de la marcha y la voz del capataz. Se siente el contacto en las bullas y la cera cuando quema a traición. Saben los caramelos como sólo lo hacen esos días. Se contempla una estampa llena de matices, de colores y formas.

El palio anda despacio, al son de una marcha con la 'mecía cortita'. La estrechez de la calle pone a prueba la pericia de los costaleros que sortean balcones. Suave. Los corazones se encogen. Las miradas se elevan mientras el paso se acerca. La voz del capataz guía. La música alegra el ritmo y los costaleros abren ligeramente el compás. Suave otra vez. La medida justa para que los varales se muevan con gracia, a contrapié de las bambalinas. La vida en una chicotá.

El momento ofrece mil perspectivas. La de cada uno que la vive. Para algunos no capta su atención, un paso más, un momento más, y volverán a sus pensamientos. Otros se habrán fijado en la banda, en los pies de los costaleros, otros en la imagen, otros en el que se cruza, la cara del policía, el micro de un periodista, una pértiga que viaja entre las cabezas…

También habrá quien absorba todos y cada uno de esos detalles. Sin saber cuándo, su cerebro los evocará. El día que el presente no le permita vivir ese instante, tal vez por un virus que nadie espere, regresarán esos instantes a su memoria para evocarlos más de treinta años después. Aquella mirada de aquel pequeño nazareno, agarrado a una varita y a la mano de su padre…

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