El Real Betis de los últimos tiempos, el de casi toda la estancia de Manuel Pellegrini en el banquillo verdiblanco siendo precisos, se ha convertido en un equipo fiable por encima de todo y de todas las circunstancias. Una cualidad de inmenso valor para una entidad que precisamente cumple este lunes 115 años y que vive un momento de felicidad plena.
Los aficionados del Betis saben que su equipo responderá. Porque Manuel Pellegrini ha moldeado a este bloque a su imagen y semejanza. Desde la naturalidad, sin levantar la voz ni con aspavientos, pero con la sapiencia y la competitividad tan llamativa. Decenas de ejemplos hay de ello, el último fue el partido contra el Villarreal.
Y es que el Betis ha aprendido a manejar un doble registro que puede resultar letal. Puede jugar la pelota y ser un equipo vistoso y vertical, también defender y sufrir para evitar que el rival le haga daño. Rompe con ese mito de otros tiempos que apuntaba a que los equipos que juegan bien al fútbol y que son ofensivos tienen problemas atrás y a veces cojean en los resultados. Nada.
Esa bendita dualidad ha colocado el Betis en la tercera posición de la clasificación y tiene encandilada con razón a la hinchada bética. Las comparaciones siempre son odiosas, pero los más veteranos del Villamarín sitúan al actual equipo verdiblanco entre los mejores de la historia de la entidad y no son pocos los 115 años que la contemplan.
No es cuestión de ahora, del día del Villarreal o de este extraordinario arranque de temporada. Son dos clasificaciones consecutivas para Europa, algo que solo había sucedido en una ocasión en el Betis, y es la conquista de la tercera Copa del Rey. Claro que no parece haber llegado el tope, al menos por la ambición y el recorrido que se vislumbra.
Evidentemente el fútbol no es una ciencia exacta y superar el listón no está garantizado. Nada en la vida. No obstante, la tendencia es que existe una base sólida para que los béticos puedan seguir soñando y manteniendo este estado de nirvana futbolístico en el que viven. Hay plantilla, hay entrenador, hay estructura de club, hay afición y hay hambre.
Ese deseo fue precisamente el motor de la temporada pasada. La Copa fue el mayor ejemplo. Queda hambre. La tiene la afición que quiere seguir disfrutando, la tiene un equipo del que existieron demostraciones palpables en verano de que nadie se quería marchar. Ingredientes que se retroalimentan para intentar aspirar a más. Luego, el toque distintivo de la batuta magistral de un entrenador excelso.
El Betis compite, gana con asiduidad y transmite. Circunstancias que han hecho que los aficionados verdiblancos, siempre fieles independientemente de lo que le ofrezca su equipo, vivan días de especial felicidad. Acudir al Benito Villamarín, que siempre fue una religión, también es una fiesta constante y una garantía de emociones y éxitos. Fiabilidad máxima.