Imagínense por un momento que la Ciudad del Fútbol de Las Rozas es el patio de cualquier colegio de su ciudad, pueblo o barrio. Un lugar en el que hay discusiones sin conciencia y disputas sin final. Un lugar en el que cada uno piensa en sí mismo y, como mucho, en la chica o el chico que le gusta. Un torbellino de sinsentidos utilizados en la lucha por el poder, por la jerarquía o por cualquier absurdez del extenso catálogo que poseemos las personas.
Eso mismo me ha parecido todo lo que ha ocurrido en la selección española de fútbol con Robert Moreno y Luis Enrique como protagonistas principales. Todos han hablado ya. Todos han dado su versión de los hechos y, como en el colegio, cada uno tiene sus razones, sus motivos y su verdad. Uno cree que merece una cosa y el otro que éste ha sido desleal. El otro cree que el uno ha pecado de exceso de ambición y el uno que es injusto.
Ellos sabrán. Pero lo único cierto es que hay una Eurocopa en algo más de seis meses y que va a ser el segundo gran torneo consecutivo que España va a afrontar tras un lío en el banquillo. La Selección necesita estabilidad. Y el entorno, también. En Rusia ya quedó patente que estas cosas afectan y que no es la mejor manera de encarar una competición importante.
El fútbol es de los jugadores, pero los jugadores también son personas. El ego y el orgullo se inventaron cuando Adán y Eva no estaban ni pensados, pero al fútbol no se gana con ellos, sino con fútbol. Y para desarrollarlo de forma tan brillante como se hizo de 2008 a 2012 se antoja imprescindible que las mentes sólo piensen en eso.
A partir de ahora: silencio, juega España.