La teoría de los seis grados de separación desarrollada por Frigyes Karinthy en 1930, señala que cualquier persona puede estar unida a otra a través de sólo cinco conocidos-intermediarios.
Quienes somos del Athletic Club estamos unidos a través de esos seis grados, especialmente cuando no se vive ni en Bilbao ni el País Vasco. Pongamos algunos ejemplos.
No hay rastros que indiquen que el filósofo vasco Miguel de Unamuno fuera athleticzale. Sin embargo, su nombre aparece relacionado con el Athletic porque su sobrino-segundo Rafael Moreno Aranzadi, Pichichi, jugó en el club vizcaíno y dio nombre al trofeo de mayor goleador de la Liga en una temporada.
El actor Antonio Molero (ganador de la VI edición del premio “Un León en el Foro” que entrega desde 2012 la peña Athletic Club Euskal Etxea Madrid) nació en un pueblo toledano de Ajofrín pero es del Athletic, como lo fue su padre.
La teoría me lleva a lo divino. ¿Qué une al Athletic con Dios? La pregunta, de corte filosofal, lleva a buscar testimonios o bibliografía que dé cuenta de esta relación.
El filósofo vasco Javier Sádaba (Bilbao, 1940), en una entrevista publicada en el periódico La Razón el 12 de octubre de 2018, hablaba sobre Dios y el sentido de la vida. “La gente busca a Dios para ser inmortal”, manifestaba. Un Dios presente en todas las culturas porque la religión es un hecho universal.
Entre Dios y religión y el sentido de la vida, Sádaba fue preciso: “Una de las razones que me llevaron a dejar de creer, fue el Athletic de Bilbao. ¡Para mí era sagrado! Tenía 16 años y estaba en la cama con una bronquitis. Jugaban la final de Copa el Athletic con el Barça y me puse a rezar para que ganara. De repente, pensé: ‘Ahí va, si esto ya hay alguien que sabe lo que va a pasar’. Eso me produjo una sensación antidivina tremenda”.
Acaso sea difícil creer en lo que no vemos en este espacio-tiempo que tenemos.
Acaso ningún club o equipo sea dios. Sin embargo, el escritor catalán Manuel Vázquez Montalbán se preguntaba sobre el porqué de la irracional afición futbolera por un equipo (el FC Barcelona, en su caso) en un deporte que permite una vivencia religiosa indispensable para el ecosistema emocional. Él señalaba como causal “el instante mágico”: “cuando un artista del balón consigue ese prodigio inolvidable que relatarán los que lo presenciaron, luego los que no lo presenciaron y finalmente entrará en la memoria convencional de las generaciones futuras”.
Sin embargo, en esta perspectiva el fútbol es la religión y su Dios, el jugador de los desvelos y anhelos.
Entonces, ¿dónde queda el Athletic en esta ecuación? Si es por Dios no tiene uno, sino varios: cosas del politeísmo pagano. Allí están el Chopo Iríbar, el mismo Pichichi, Julen Guerrero y tantos otros en la extensa trayectoria del club.
Me salgo de lo divino y entro en lo filosofal. Pienso en el sentido de la vida.
El ex futbolista francés Eric Cantoná (nieto de refugiados españoles en Francia, exiliados de la Guerra Civil por parte de madre; y de abuelo paterno francés que luchó en la Segunda Guerra Mundial) manifestó en una carta de 2018 a The Players Tribune: “El fútbol le da sentido a la vida, sí, pero también la vida da sentido al fútbol”.
Nos queda el sentido de la vida. Futbolera, claro.
Cantoná señalaba en esa carta que el actual modelo del fútbol ignora mucho de este mundo en que vivimos. Y que por eso él se unía al proyecto Common Goal: la propuesta de donar el 1% de las ganancias del fútbol mundial para dar apoyo y sostenibilidad al fútbol en los barrios pobres del mundo.
Pienso de nuevo en el sentido de la vida y en Dios. Y no sé cómo ni con qué seis grados de separación, llego al Athletic: esa aldea única que resiste en un modelo de negocio de fútbol, que no tiene Dios y que sin embargo cree y encuentra sentido en su particular filosofía.
Alejandra Herranz, periodista y blogger
@aleherranz