No me suele gustar la tarde del día de Reyes. Suelo llegar pelín saturado ya de eventos familiares, encuentros, comidas y excesos varios. Y esa tarde me suele resultar excesivamente larga, interminable diría yo. Sigo viendo polvorones por todos lados, sumado al roscón de reyes que parece multiplicarse según pasan las horas, y todavía hay quien propone jugar al bingo para despedir las navidades. Lo dicho, una agonía.
Sin embargo, la de este año ha sido diferente. Muy diferente. Vamos, una maravilla. Hasta a eso de las seis y algo de la tarde todo iba más o menos como siempre, pero mi cabeza albergaba la esperanza de que la tarde pudiera ser más mágica aún que la noche anterior. No voy a negar que con los precedentes de la Real en estadios como el Bernabéu o el Nou Camp últimamente no daba nunca un duro porque sacáramos algo positivo y me solía sentar a ver el partido casi derrotado antes de jugar. Soy sincero, así era. En cambio el domingo, tampoco sé muy bien porqué, tenía otro cuerpo. Imanol es un tipo que me cae bien y con el que me siento identificado pero no sé realmente si era sólo eso lo que inconscientemente me estaba diciendo que se podía lograr algo grande esa tarde.
Poco después el balón empezó a rodar y pasó todo lo que pasó. Entonces, como en las películas, empecé a ver señales. Era el día. El penalti a favor (que lo era pero ya es un milagro que te lo piten), la que falló Benzemá, las paradas de Rulli, el no goteo habitual de decisiones arbitrales a favor de los merengues, el poste de ellos, la expulsión de Lucas Vázquez (clara y merecida pero no deja de ser otro milagro que así lo estime el colegiado)... Cualquier otro año hubiera salido todo del revés pero...era el día. Y así se lo hice saber a muchos amigos y familiares. Tengo testigos de la chapa que les di desde el primer gol repitiendo una y otra vez que nos llevábamos el partido. Y paradójicamente estaba tan nervioso como convencido de que por fin el triunfo caería de nuestro lado.
La alegría fue inmensa, el orgullo aún mayor. Y ver a un chaval como Ahien demostrando y recordando lo que es y debe seguir siendo la Real fue el mejor regalo de reyes que pude tener.
He guardado todos los adornos, todas las luces. He tirado los restos de dulces y turrones. Toca volver a empezar. Ojalá que el equipo haga lo mismo, despeje el presente, no mire atrás y ponga todo su empeño volvernos a ilusionar en cada partido como lo estaba la tarde del domingo. Los reyes ya saben lo que les escribiré en la carta del año que viene, mi equipo sabe también lo que quiero de él. De momento, mañana una copita con el Betis caerá. Vamos Real