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Mi primer día

Piña de los jugadores de la Real durante el partido ante el Atlético (Foto: LaLiga).
Ion Urrestarazu

En una mano las entradas del Bernabéu y de Anduva. En la otra, la radiografía de mis costillas hecha en urgencias al día siguiente de haber eliminado al Real Madrid, horas después de llegar a casa, con un dolor en el costado que apenas me dejaba respirar y que me hacía saltar de dolor en cada estornudo, en cada tos, en cada mínimo movimiento. El partido fue todo un recital, un mensaje al mundo de que esta Real Sociedad rayaba a la altura de los más poderosos, que no los más grandes. Histórico. Por eso bien merecía la pena el castigo que me había infringido esa valla metálica que tanto golpeé durante tantos momentos, sobre todo en los que el marcador empezaba a amenazar. Era alegría, rabia, orgullo. Esa valla sonó para mí como música celestial, y aunque horas más tarde notaba el eco de su borde de hierro dándome una y otra vez, no podía sentirme más orgulloso cuando aguantaba el dolor en la sala de espera y cuando con paso lento y torcido entraba en la sala de radiología. Era como si después de la bajamar la marea subiera con más fuerza aún y las olas sacudieran las rocas con más ímpetu que antes. Aún así, nunca un dolor tan agudo me resultó tan dulce.

Así, escoltado con las entradas del Bernabéu y de Anduva, y con mi parte de guerra, vuelvo a escribir. Tras una dura y larga cuarentena y un difícil confinamiento, sin fútbol, sin Real, empieza mi primer día. Mi primer día dejando atrás, que no olvidando, el espectáculo de Copa que la Real nos ha regalado. Incluso dejando atrás, que no olvidando, la marcha que seguía el equipo en liga, admirada y reconocida de manera unánime, una marcha de Champions. Hoy empieza mi primer día queriendo, intentando, hacer que prescriba mi gran desilusión por la suspensión de la final de Copa. A estas alturas todos sabéis cómo desde que se confirmara que Sevilla sería la sede de la final tuve la corazonada, el presentimiento, es más, el convencimiento de que el mismo destino que había querido que un día hace casi trece años llegara a Sevilla con la maleta grande, la de quedarme, quería ahora regalarme un título de la Real precisamente aquí, en Sevilla. No quiero pensar en el futuro, en cómo ni cuándo será, prefiero quedarme con lo vivido, que no ha sido poco, y veremos qué me corre por dentro cuando haya una decisión definitiva al respecto. Podría seguir lamiéndome las heridas, que no son pocas, pero hoy empieza mi primer día.

Mi primer día de una cosa muy rara, podría llamarle mini liga, pues son sólo once partidos, sin público en los estadios, sin poder verlo en un bar repleto de gente, saltando y abrazándote con primero que pilles, como tantas y tantas veces. Sin embargo, vuelve ese gusanillo al ver a la Real de nuevo, a querer verle jugar, verle ganar, ver esa camiseta, ese marcador victorioso, esa clasificación con ese escudo tan bonito bien arriba. Muchas cosas van a cambiar y están cambiando ya en la mal llamada nueva normalidad, pero esa sensación no hay virus que la cambie ni la haga desaparecer.

Sonaba en la guardería de Andoni hace ya casi tres años la canción titulada Mi primer día, a todo volumen, con todos los enanos y enanas bailando, diciendo “hoy será, será, será, será, mi primer día, y mañana también, del resto de mi vida”. Así siento yo estas vísperas fútbol, estas vísperas de Real. Igual que con la Copa, igual que con los que ya no están entre nosotros, sin olvidar pero mirando al frente con esperanza, empieza algo, no sé muy lo qué, pero hoy es, hoy será, mi primer día. Y mañana. Mañana también.

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