¿Cómo se celebra un gol respetando la distancia de seguridad? Fue la primera sensación que se me pasó por la cabeza el miércoles cuando de repente saltó la bomba de la intención de la Federación Española de Fútbol de que hubiera público en las gradas del Estadio de La Cartuja para la histórica final vasca de la Copa. Fueron unas horas muy intensas, como cuando la ola te coge, te da veinte vueltas, te zarandea, te lleva de una lado a otro en cuestión de segundos (que a ti se te hacen horas), Y, cuando todo pasa, te das cuenta que has estado casi todo el tiempo prácticamente en la orilla, pero tú creías estar en el más hondo de los océanos. Todo pasó de largo casi tan rápido como vino.
He de reconocer, y así lo manifesté en varios medios, que por un momento me vi en la grada, con mi camiseta de la final, esa que me ha llegado desde Donostia de la mano de mi ama y de mi aita (de quién si no, eskerik asko siempre) con esos detalles en color dorado, el color del oro, ese color siempre ligado al campeón. Y me vi saltando, animando, gritando, sufriendo, disfrutando, rezando, mirando a un lado y otro para ver en los ojos de los demás lo que les estaba pasando por la cabeza. Me vi pensando cómo se estaría viendo por televisión, y sobre todo desde Euskadi, una final de copa entres dos equipos vascos, con el campo prácticamente vacío y los pocos aficionados presentes separados por unos metros, como las fichas de una partida de ajedrez, sin poder salir cada una de su casilla.
Y es que es así como se está tratando a los aficionados, a los seguidores de los equipos de fútbol, como meras piezas inertes de un juego de mesa en el que te mueven de un sitio a otro a su antojo, cambiando constantemente las reglas del juego por y para su beneficio propio (ya lo decía el visionario M. Rajoy “Cuanto peor mejor para todos y cuanto peor para todos mejor, mejor para mí el suyo beneficio político”). Y hasta te sacan del tablero y te hacen desaparecer metiéndote en una cajón, porque para ellos no eres más que eso, algo inerte que poder utilizar para sacar el mayor beneficio económico, político y de poder.
En este indignante carrera por ser el primero en meter gente en un partido de esta relevancia, en esta bajuna competición por ponerse la medalla de campeón, los aficionados hemos quedado relegados a ese rincón donde se abandonan los trastos que un día dejaste de usar pero que no los llegas a tirar del todo porque seguramente algún día te vengan bien y los uses para algo. Y por desgracia poco podemos hacer ante esos mandamases, ante su cruel dictadura y su falta de escrúpulos. No es tan siquiera una guerra pues apenas tenemos armas para defendernos. Sólo nos queda la rabia y el orgullo de saber que somos mejores que ellos, que no jugamos con los sentimientos de los demás, que no mercadeamos con las emociones.
Y por eso, seguiremos siendo responsables, solidarios y generosos, y nos cuidaremos entre todos y recordaremos en cada gol a todos los que desde hace un año empezaron a volar y se marcharon no sabemos muy bien a dónde, pero que serán los únicos que sí podrán entrar en la Cartuja y animarán por los que seguimos vivos, por los que nos seguimos revelando ante la falta de respeto y la tiranía del poderoso. Nos seguirán ninguneando, nos seguirán maltratando, pero como dicen los Marea, nuestro corazón anoche era de piedra y al alba era de mimbre que se dobla antes que partirse, que se dobla antes que partirse. Por eso, las gradas estarán vacías, las almas, en llamas.