Estaba donde siempre había querido estar pero tenía la sensación de no estar donde debía. Compartía banco con gente a la que llevaba años escuchando por la radio, pero yo soñaba con un abrazo entre Berto y Base. Sólo ellos podían comprender lo que yo sentía, nadie más en el mundo. Tuve que conformarme con una caricia de Arancha Díaz en la rodilla, que tampoco es tontería. Jamás me había puesto tan nervioso. Bueno sí, en el examen de selectividad, así que no cuenta.
Vi la jugada a ras de césped desde el inicio, imaginando que cada pase sería certero y llegaríamos pocos segundos después al área de Casillas. Todavía el tiempo corría rápido. De pronto De las Cuevas estaba ahí, la pelota allí y Miguel Martín Talavera se dejaba la garganta en la cabina de transmisiones. Me quité las gafas, metí la cabeza entre las piernas como si estuviera en un avión a punto de estrellarse y olvidé por unos segundos que Edu García iba a darme paso en antena. Quería gritar pero no podía. Quería gritar pero no debía. Yo soy periodista por vocación, y no podía perder las formas como si fuera un mero hincha, lo máximo a lo que se puede aspirar en una cancha.
Lo primero que vi fue la mirada amiga de Javi Herraez, maestro de reporteros que sabía lo que ese gol significaba para mi. No pude irme cinco minutos antes como era costumbre para coger sitio en la zona de entrevistas porque literalmente me temblaban las piernas. No pude ponerme de pie por culpa de los nervios. Sabía que nos iban a empatar pero quería que eso ocurriera lo más tarde posible. Si los 3 puntos eran importantes aún lo era más sentirse princesa por un día, llevarnos a casa un recuerdo para toda la vida. Grité '¡falta!' cuando alguien del Madrid tocó a nuestro portero dentro del área pequeña en la última acción del partido, y sin tiempo para arrepentirme, el duelo había terminado.
El Sporting, mi Sporting, nuestro Sporting, el Sporting que había sido grande cuando yo no había nacido y llevaba 20 años regalándome disgustos acababa de ganar en el estadio más emblemático del mundo. Preciado se lo merecía. Y por qué no decirlo, nosotros también. La felicidad absoluta existía y era eso.
No celebras un ascenso por el simple hecho de subir, lo haces para jugar contra el Barça y el Madrid. Lo haces porque en tus fantasías de hincha ves a los grandes claudicar en tu estadio. Casi nunca imaginas asaltar la casa del gigante. Por eso cuando lo haces te llevas en la mente hasta el más insignificante de los pasajes vividos.
Hoy es 2 de Abril, pero para nosotros es 11 de Julio y Miguel De las Cuevas es nuestro Andrés Iniesta. Hoy vuelvo a ese mágico estadio para narrar un Real Madrid-Dortmund de Liga de Campeones. Pensaré en Klopp, en Cristiano, en Reus y en la suerte que tengo de contar por la radio un duelo Champions como este. Y cuando pase por el José Luis del Fondo Norte recordaré aquella tarde de 2011.
Feliz día de San Miguel De las Cuevas a todos.