Aunque es asturiano de nacimiento, para muchos siempre fue valenciano, aunque si con una tierra se le identifica por su trabajo es con Albacete, pese a ser en Madrid donde llegó a su techo laboral al entrenar al Real. Cuando salir al extranjero a entrenar era una utopía, él ya daba lecciones en Japón o México, y se atrevió a abrir mercados insospechados en Ecuador o Marruecos. Ahora, mientras algunos vislumbran las américas, del norte, futbolísticas, él ya estaba allí hace año y medio. Sin duda, hablar de Benito Floro es hacerlo de un entrenador global, un profesional total, un ciudadano del universo en el más auténtico y amplio sentido de la expresión. Aunque en su pecho luzca hoy la bandera rojiblanca con la hoja de arce, su auténtico escudo es un balón y su patria mide 105x70.
Compartir unas horas de conversación (90 por cien de posesión de la palabra para él) es todo un máster, así que compartir un año de trabajo, imagino, debe equivaler a una carrera, un doctorado futbolístico que emana de un persona con eterno espíritu pedagógico. Si no aprendes a su lado, simplemente, es porque no escuchas. Si no disfrutas oyéndole hablar de fútbol es, porque no te gusta el fútbol. Ya quisieran la mayoría de aspirantes a técnicos que estrenan carnet tener parte de la ilusión que Benito Floro derrocha a sus 62 años. Ya pagarían por alcanzar la mitad de su conocimiento, un tercio de su experiencia o un cuarto de la pasión que desprende cuando de fútbol se trata. Ahora, su magisterio lo ejerce en Canadá, donde el fútbol no es religión, aunque quizás por ello se han llevado allí al mejor apóstol que podían. Seguro que, cuando abandone el país, habrá dejado una legión de seguidores, apasionados de por vida ya con este deporte.
La trayectoria de Floro merece un libro -me ofrezco ya para ser su biógrafo- aunque los más jóvenes conozcan sólo su última etapa en España o las anécdotas desfasadas con las que el periodismo low cost consume protagonistas cual comida basura. Usar y tirar, sin rascar en la superficie, topicazo y a otra cosa. Un entrenador capaz de subir a Primera con hasta seis jugadores que había reclutado desde la Regional es historia pura. Por eso, hablar de Benito Floro sin haberse sentado a la mesa con él es, como poco, una imprudencia. El que no lo ha hecho, no sabe lo que se pierde. Él está en el origen de muchos otros entrenadores, es de los pocos que ha creado escuela, que ha aportado mucho a este juego más que centenario en el que no es fácil innovar. La mayoría de los mejores técnicos que ha creado este país en las dos últimas décadas han bebido, en mayor o menor medida, de las enseñanzas de Floro que, por ejemplo, no fue consciente que el joven que durante meses acudía desde Madrid a Albacete un par de días por semana a verle trabajar se apellidaba Benítez.
Volvamos a Canadá, un país con nula tradición futbolística, hundido más allá del puesto 100 en el ranking FIFA y en el que ser seleccionador exige más energía, trabajo y ganas que en muchos otros países. De entrada, es complicado ya seleccionar al mejor grupo de futbolistas, por la multitud de destinos que tienen sus mejores jugadores, todos ellos alejados del primer nivel y a los que resulta casi imposible hacer un seguimiento en la tercera división alemana, la cuarta inglesa o la segunda portuguesa. En España, por ejemplo, el único canadiense es Samuel Piette un mediocentro agresivo, con trabajo y criterio que milita en Tercera, en el filial del Deportivo. No sólo localizarlos y seguirlos es complicado, también reclutarlos para las sesiones de trabajo e incluso algunos partidos, pues el calendario canadiense no es igual al europeo y no se les puede pedir a los clubes que les permitan viajar. Para entender mejor las cosas, basta con repasar uno de sus últimos onces: Borjan, portero del equipo croata Radnicki Nis; Henry (Toronto), Edgar (Huddersfield Town inglés), Hainault (Aalen, segunda alemana), De Jong (Augsburgo alemán), Straith (Fredriskstad noruego), Nakajima-Farran (Montreal, ahora sin equipo), Pacheco (Santa Clara portugués), Julian de Guzmán (sin equipo), Ledgerwood (Energie Cottbus, tercera alemana) y Ricketts (Hapoel Haifa de Israel). Esto es lo que hay.
Así las cosas con los canadienses que juegan en Europa (también los hay en Noruega, Chipre, Finlandia, Suecia, Turquía, Israel, Escocia o Hungría), el panorama tampoco se clarifica con los que militan en la MLS, que debería ser el semillero principal de talento para el combinado canadiense, aunque tampoco es así. Canadá tiene tres franquicias en la liga americana de soccer, Toronto, Vancouver y Montreal, pero no se dan las condiciones necesarias para que se potencie el fútbol local y su selección. Los dueños de los equipos no suelen ser canadienses, ni los entrenadores y, por extensión, tampoco los jugadores. Es más, en las tres franquicias canadienses los jugadores de USA no ocupan plaza de extranjero, pero en cambio los futbolistas canadienses sí lo hacen en el resto de equipos de la MLS. Siempre en desventaja, Floro pelea para que el talento que detecta en los jóvenes canadienses tenga la oportunidad de emerger compitiendo semanalmente, pero esa continuidad que no tienen la mayoría de sus internacionales es el mayor lastre.
Con una condición física de base tremenda y una predisposición al trabajo espectacular, Floro aporta la anécdota sucedida en esa fase final. Tras ver varios partidos, el técnico escogió varios jóvenes para entrenar con la selección a la mañana siguiente. Por la tarde, acudió a ver las semifinales y no salía de su asombro al ver en el once inicial a los jóvenes con los que había trabajado horas antes en una dura sesión. Cuando finalizó el partido, fue a hablar con ellos, mostrando su sorpresa por el tremendo esfuerzo y para liberarlos de la sesión de trabajo del combinado nacional a la que les había citado para la mañana siguiente antes de saber que iban a jugar con su high school por la tarde. Demasiada paliza para cualquiera…menos para estos jóvenes que, no sólo pidieron ir a entrenamiento del equipo nacional, sino que volverían a jugar con su equipo después. En cuatro días, disputaron tres partidos y se ejercitaron con la Selección dos veces. Con esa predisposición, Benito Floro va a muerte con ellos pues ha encontrado unos jugadores con tanta pasión como él mismo tiene.
Mientras llega el fuego real en la Copa de Oro, cuyo vencedor ganará una plaza para la Copa América Centenario y para la Copa Confederaciones, Floro va sacando buena nota en los amistosos de su equipo, siempre buscando selecciones más potentes que la suya y jugando de visitante. Por ejemplo, ante Colombia sólo cayeron por 1-0 (gol del madridista James) el pasado mes de octubre, desaprovechando un par de claras ocasiones para haberle empatado a los cafeteros. En noviembre, empataron en Panamá, igualando también en los últimos meses frente a Bulgaria y Moldavia, venciendo al que será un rival directo como Jamaica (3-1) y perdiendo hace ya más de un año ante República Checa (2-0) o Eslovenia (1-0). En líneas generales, el técnico está satisfecho con el trabajo de sus hombres, aunque echa de menos la picardía del futbolista latino que no llevan en los genes los jóvenes canadienses. Al menos de momento.
Cuando lean estas líneas, Benito Floro estará haciendo las maletas o facturándolas ya rumbo a Canadá tras pasar unos días con su familia en Valencia. Aquí coge la fuerza necesaria para afrontar unos próximos meses de máxima exigencia en los que se comprobará si las bases que el técnico ha ido poniendo durante el último año y medio de trabajo son sólidas y el combinado norteamericano compite con garantías. Seguro que, desde España, serán muchos los que sigan las evoluciones del equipo de la hoja de arce, deseosos de que el maestro vuelva a dar una lección, quizás sea la última. Ojalá la penúltima.
Miguel Ángel Vara