La isla japonesa donde nadie nace ni muere
Muy cerca de Hiroshima se encuentra una isla muy particular, en la que nadie puede nacer y nadie puede morir, es la Isla de Miyajima. También está prohibido talar árboles por lo que la vegetación es bastante frondosa.
A pesar de no estar muy lejos de tierra, no hay ningún puente así que se llega en ferry. Son bastante frecuentes las salidas, pero las aglomeraciones son increíbles. Muchísimos japonés buscando el realizar ofrenda en sus templos. Los diez minutos de trayecto se pasan rápido, sobre todo fotografiando las montañas verdísimas que dominan la isla, las granjas de ostras cercanas a ellas y sobre del ‘Torii Flotante’ que da la bienvenida.
Una vez en puerto hay un camino que te conduce al santuario de Itsukushima el más famoso del lugar. Por el camino predominan los puestos ambulantes: de pinchos de pulpo y calamar, de delicias hechas con frutos secos, de una especie de buñuelos relleno de pasta y pulpo, de ostras fritas… Inevitable que no se abra el apetito con tanta comida por todas partes. Pero es mejor no volverse loco y pensar que comer mientras se hace un poco de turismo. Los ciervos están aquí a sus anchas, por todas partes siestean y aprovechan cualquier ‘regalito gastronómico’ de los visitantes. ¡Estos ‘bichos’ comen de todo! ¡Y pensaba que eran herbívoros! En el santuario era imposible de entrar. Exagero, simplemente que había cola para un par de horas. Lo importante es llegar con marea alta, ya que está construido con pilares sobre el agua y es el momento en que se refleja y está más bonito (mucho más que cuando está con marea baja). Así que es mejor saber anticipadamente el calendario de mareas.
El pueblo está lleno de calles estrechas con muchísimas tiendas con encanto, eso sí, cargadas de souvenir para turistas. Lo típico es recorrer la calle principal hasta el templo Daisho-in. También muy interesante el pabellón Senjokaku (o pabellón de los mil tatamis) con muchas pinturas y ¡lleno de sandalias!, algunas de tamaño gigantesco. Junto a él una pagoda de cinco plantas del siglo XIV.
Pero lo importante estaba en los restaurantes. Las ostras buenísimas, estaban hervidas y eran muy carnosas. Remate con un par pinchos de pulpo y calamar. Bien por el primero y mal por el segundo, la salsa que le pusieron no motivaba mucho por lo que acabó en el estómago de uno de los cérvidos del lugar.
Esto es Miyajima, un lugar para encontrarse con el espíritu y perderse por los rincones más vírgenes de la isla. Algunos como yo, pueden encontrar buena comida.
(www.triplannet.com, David Navarro)