Pocas veces un lunes está siendo tan lunes. Llueve, seguimos confinados y sin saber qué podemos hacer, y el último partido que vi en directo me parece tan lejano como los partidos históricos que se pueden ver desde hace dos meses por la televisión. Pero con todo esto, hoy en un día para sonreír. Hace un año lográbamos el hito, la hazaña, de conseguir la Copa de la Reina en tierras granadinas. Pocos lugares hay más icónicos para lograr una conquista.
Siempre me ha parecido muy gracioso utilizar el término “ganamos” tras un partido. Está claro que amigos míos como Nuria o Luismi, desde la grada, Noelia desde su casa, mi compañera Marta desde el teclado del ordenador, o un servidor con la cámara no aprovechamos el error de Lola o el pase de Leire, ese honor le correspondió a Kiana y Nahikari, pero pocas veces sentí, y siento, que aquella Copa nos pertenece un poco a todos y todas. Algo así como si nos hubiéramos llevado un cachito del trofeo a casa.
Estar a pie de campo me encanta. Soy de esas personas que necesita oler el césped, escuchar el balón impactar contra la madera o la publicidad como el adicto necesita su adicción. Pero sin las connotaciones negativas que esto implica. Lo necesito porque ese chute de adrenalina me hace sentir más vivo. Mucho más efectivo que la bebida del toro alado, creedme. Soy de los que es capaz de emocionarse o meterse más en un partido de regional en directo que en un Barcelona – Real Madrid por la tele.
Pero todo esto tiene, nunca mejor dicho, un pero. Aunque siempre he sido contrario a que un periodista deportivo, o profesional de la información, no pueda ser de un equipo, cómo si no se pudiera manteniendo el rigor informativo, lo cierto es que cuando estás trabajando, estás, valga la redundancia, trabajando, por lo que es obvio que hay ciertas cosas que no puedes hacer.
Pues bien, aquel 11 de mayo de 2019 fue el único día en el que estuve a punto de cruzar esa línea. Aquel remate de Nahikari que, sea por lo que sea, sólo fui capaz de ver o recordar en las tres mil repeticiones vistas después, a punto estuvo de provocar que saltara al campo a festejar, que era la única cosa que me pedía el cuerpo.
Nunca me ha costado tanto mantenerme en mi sitio, recordar qué hacía tan cerca del campo y cuál era mi labor en aquella calurosa noche granadina. A día de hoy sigo fantaseando con aquello, sigo imaginado qué hubiera pasado si hubiera saltado aquella valla publicitaria. Necesito volver a sentirlo.