No me acuerdo ni cuándo lo conocí. No tengo en mente todos los proyectos que imaginamos en las horas muertas que dejaban las guardias de Mareo. Aún están pendientes esos trucos que tenía que saber de la Réflex con la que intento aprender. No soy el único al que le tiene
prometidas unas fotos de aquel día o guarda las llamadas perdidas... No te preocupes, sé que en algún lugar tienes esa imagen de cómo celebramos unos penaltis en esas pachangas de Mareo contra el Ayuntamiento. Nada mejor que recordarlos. Porque su vida era captar momentos que en realidad disfrutamos con él. Y yo he tenido la suerte de disfrutar muchos.
Entrenamientos, viajes con el Sporting, Vueltas a Asturias, Rallyes, el Hípico, los conciertos, las exhibiciones aéreas... Y Coca-Colas. Muchas Coca-Colas. Y hasta un libro. Quizá por superstición, no hablamos de él hasta que quedaban pocas jornadas para el final de aquella temporada tan bonita, y cuando parecía que ese Sporting regresaría a Primera División 10 años después, nos pusimos a ordenar todo el material. Ése fue el proyecto que salió, porque todavía resuenan en mi cabeza un montón de propósitos que el viento se llevó sin una razón aparente. Seguro que no la había, simplemente no tenía que pasar. Y lo que pasó, está en su Canon. Aunque no lo sepas, has visto más fotografías de Joaquín Bilbao de las que crees.
Su risa, sus muecas y sus bromas con Quini, su mochila y su moto, -esa que nos dio algún susto- su devoción por sus niñas, su "te mando ahora las fotos" que podía grabar perfectamente en su contestador del móvil... Ése era Joaquin Bilbao. Los "plumillas" cometemos el error de pensar que nuestro trabajo es el más importante, y ahí están los "foteros", los técnicos de sonido, los realizadores o los productores quitándonos la razón. "San Sebástian", como le llamaba su amigo croata Mate Bilic con ese acento cambiado de sílaba, siempre tenía la foto del momento para mejorar cualquier reportaje. Hoy, esa foto es gris, oscura y triste. Te has ido sin despedirte y sin dar una explicación. Dejándonos con la palabra en la boca y con una deuda pendiente en forma de momentos. Por eso, no quiero pensar que te hayas marchado. No, no te has ido, Bilbo. Ahora estás en los libros. Y eso es para siempre, amigo.