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Un estadio cinco estrellas en el corazón de Bilbao

32 años siguiendo la información del Athletic.


Tengo que reconocer, que el martes, cuando teníamos prevista nuestra primera visita a San Mamés, sentí ese cosquilleo especial que me envuelve en toda gran cita. Esta vez no había partido importante que narrar ni siquiera entrenamiento que contar. Era el día elegido por el Club para mostrarnos el nuevo estadio; y eso, en sí mismo, ya lo hacía diferente a cualquier otro. Lo de menos era que el objetivo de nuestra presencia fuera conocer de primera mano los pasos que debíamos seguir para poder desempeñar nuestro trabajo. Creo que para la gran mayoría de nosotros eso era absolutamente secundario. Estar allí era sobre todo un inmenso privilegio. Recorrer las entrañas de aquel gigante de hormigón que iba a recoger los ánimos, las ilusiones y el orgullo de todo un pueblo, para las próximas generaciones además, hacía que sintieras esa sensación única previa a todo momento inolvidable.    
 
A pesar de no estar concluida la obra, no tardamos en darnos cuenta de su majestuosidad. Y eso quizá sea lo que más me llamó la atención. La desnudez de uno de sus fondos no me impidió que, de inmediato, me dejara seducir por la altura de sus gradas, la luminosidad de su cubierta o el cautivador rojo Athletic, que emanaba de sus ergonómicos asientos, desde el mismo momento en que accedí a su interior. Su extraordinaria acústica permite que, a pesar de esa profunda cicatriz que abre momentáneamente el estadio al corazón de Bilbao como si quisiera abrazarlo, el himno suene marcial ante una piel que no puede evitar erizarse ante tan pasional canto de orgullo.  
 
Y hablando de piel, qué decir de su caparazón... Camaleónico y vanguardista, torna su color exterior –que no su sentimiento- en función, si se me permite, de la propia “función” que toque representar en su interior. Ovalado en su perímetro, sin aristas que lo corten, con una accesibilidad plena a lo largo de su nívea figura de escamas entrelazadas, puertas de entrada y de salida diferenciadas, anchos vestíbulos, cortavientos interiores, escaleras amplias y visibilidad plena desde cualquier extremo, hacen del nuevo San Mamés un estadio moderno, señorial y poderoso, que transmite una acentuada personalidad desde el mismo instante en que accedes al mismo. Daba igual que todavía sus gradas estuvieran huérfanas de ese aliento incansable que hará remover sus cimientos de puro orgullo rojiblanco. Aun estando desprovisto, de esa eterna alma, que ha sostenido al equipo durante más de un siglo de existencia, el nuevo San Mamés emana ese añejo sabor a fútbol heredado de aquella vieja y entrañable catedral de la que empieza a tomar el testigo. 
 
Pero, ¡ojo! Aunque estemos expectantes y deseosos por ir a disfrutar de grandes tardes de fútbol, hablamos de un campo aún sin acabar y eso de ningún modo lo podemos pasar por alto. Hasta que la obra no esté concluida, deberemos armarnos de una más que necesaria paciencia porque es muy posible que todavía se encuentren deficiencias o problemas sobrevenidos por las obras, que sean difíciles no ya de prever sino siquiera de poder solucionar. Aunque resten muy pocas horas ya para que el nuevo San Mamés abra sus puertas por primera vez, recuerden que aún faltan muchos días de arduo e intenso trabajo para lograr que todo esté definitivamente terminado.  
Por Miguel Angel Puente, periodista de 'Bilbo Sport'. Radio Nervión y Telebilbao. 

 

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