Días antes de la final de la Copa del Rey 2015, yo lo había soñado. Un partido rocoso. Un gol de Mikel San José de cabeza, un testarazo limpio y certero. El Athletic Club capeando el temporal del Barcelona, que lo intentaba pero no podía. La gabarra navegando la ría bilbaína.
Pero la realidad se antepuso al deseo. Fue coger el balón Lionel Messi y driblar 6 jugadores del Athletic y marcar el 0-1 porque, para él, nada es imposible. Lo demás fue un trámite para el FC Messi. Porque anoche el FC Barcelona fue Messi; y, acaso, la guinda de Xavi en ese tiro libre que rozó la cara externa del palo de la portería brillantemente defendida por Iago Herrerín, que no pudo evitar los 3 goles definitivos pero sí muchos otros con destino de red. Pero también fue aquello otro que yo había soñado. El cabezazo fue para el incombustible Iñaki Williams. El que días antes había declarado que quería ganar en el Camp Nou, que quería marcar y dedicar el gol a sus padres. Iñaki Williams dio nombre al Athletic Club anoche; fue el Athletic Club Iñaki Williams: todas las ganas de David contra Goliat pasaron por su ánimo y sus intentos. Y tanto, que hasta rozó el larguero un disparo suyo de media distancia. Acaso resultó esta final un partido de detalles. Como las despedidas de Xavi en el Barça y de Andoni Iraola en el Athletic. Como la filigrana de Neymar ante Bustinza, que en absoluto ofendió cuando quedaba poco tiempo y el marcador estaba 1-3; porque más ofendió todos los piscinazos de Neymar, y aun los de Dani Alves, que fueron todos, absolutamente todos, pitados por el árbitro Velasco Carballo como faltas contrarias. Como los gestos de Luis Enrique simulando ser el hacedor del FC Messi; como los de Ernesto Valverde, perdido en sus cavilaciones de qué hacer ante un Messi estratosférico, excelso, sublime. Y yo bajé a la realidad desde el auditorio de Euskal Etxea Madrid, con mi camiseta y mi bufanda del Athletic. Cogí el autobús para regresar a casa y encontré consuelo en el trayecto: un hincha del Rayo Vallecano que se sentó junto a mí. Que se lamentó del resultado porque, siendo él del Rayito, se siente hermanado con los del Athletic cuando vienen a Vallecas o cuando él va a Bilbao. Fue él quien me invitó a soñar, otra vez. En otra final. En la honestidad de la filosofía de cantera. En esa afición rojiblanca majestuosa que perderá partidos pero nunca el aliento. Apoyé mi cabeza en la almohada y me dormí. Y soñé, otra vez. Con San Mamés, con las gradas a viva voz, con banderas albirrojas, con el himno, con la ría, con Bilbao, con Lezama. Y así descansé, hasta esta mañana de domingo de final de mayo. La realidad me devolvió un Barça campeón de Copa. Y un Athletic dolido pero rugiente. Al tiempo.
Por Alejandra Herranz. Blogger y periodista