Este último fin de semana he podido comprobar que no ando muy descaminado con una de mis (retorcidas) teorías sobre el mundo del deporte; y en concreto sobre el mundo del fútbol y del baloncesto, posiblemente los juegos más populares a este lado del Misisipi, pero antagónicos a más no poder.
Y la (retorcida) teoría se centraría en que estoy convencido que en el fútbol cuando un equipo no se juega nada en el envite y sale completamente relajado al césped, sin que el resultado final del partido le importe lo más mínimo, dado que ya ha hecho los deberes, o sea, que ya ha cumplido con los objetivos que se había marcado a principio de temporada o de curso, el equipo en cuestión no es más que una perita en dulce, una bicoca, una tropa de once muchachotes que pasaba por ahí y que ha saltado al campo con la más noble intención de no romper un plato o una pierna, de no molestar a nadie y volverse a casa tan pronto el árbitro pite el final de los 90 minutos.
Y no le demos más vueltas a la pelota: en el fútbol la relajación, y cualquiera que sea el motivo por el que ésta se ha adherido a la camiseta del equipo en cuestión, supone la condena más directa hacia la derrota, hasta el punto de que podríamos plantear la igualdad relajación = derrota sin que nos tiemble el pulso ni la voz lo más mínimo. No andaremos muy equivocados, no… ¿A cuántos entrenadores habremos oído decir algo parecido? No hemos descubierto la penicilina ni lo hemos pretendido… Pero, amigos míos, continuamos y afirmo que el baloncesto es la otra cara de la Luna, el reverso del fútbol, y no sólo porque uno se juega con las manos y el otro con los pies y por muchos otros detalles de los que todos podríamos enumerar alguno, sino porque en el baloncesto, y al revés de lo que sucede en el fútbol, la relajación, lejos de suponer “derrota” acompañada de apatía y pasotismo, es un ingrato y peligroso enemigo muy a tener en cuenta por la cuenta (y valga la redundancia) que nos trae o que le trae al equipo que puede sufrirla. Y es que si vamos a jugar un partido de baloncesto y nos jugamos en él el cuello o el futuro del club, hablemos en plata, y nos enfrentamos a otro equipo que nada se juega en los 40 minutos y que está, por ello, completamente relajado, cuidadín, que diría el añorado Chiquito, ya que lo más seguro es que si no ponemos los cinco sentidos en el parqué, ese equipo relajado nos dé detrás de las orejas o nos infrinja la más cruel de las derrotas. Justo lo contrario de lo que nos pasaría sobre el verde de un campo de fútbol.
Por Toni Garzón Abad, director de cine, ensayista y creativo de publicidad lavueltaylatuerca.blogspot.com
Una matización, Obradoiro, si ganaba a Bilbao Basket lograba la permanencia de forma automática. Así que si que se jugaban y mucho. Un saludo