Hablo de un trascender sin trascendencia que convierte un día cualquiera en importante. Un miércoles de Champions, con todas sus nubes y facturas, aparece de pronto como la fiesta que disfraza y da color a la jornada inextinguible. Una resaca de goles gloriosos transforma la depresión de los lunes a la sombra en el brindis que prolonga el domingo hasta el martes. Y así a lo largo de todas las semanas de todos los meses de todos los años de ya más de un siglo. El trabajo es un castigo para los esclavos. La caravana de vuelta desemboca en un hogar obligado. Del plasma no salen más que mentiras y concursos. En la nevera no hay nada sabroso que adelgace. Regalos de paja rebosan el mail. Un testigo de Gehová llama a la puerta y un cubano al teléfono móvil. Todos los días. Porca miseria. Si no podemos huir, algún príncipe ha de venir a por nosotros. Pero no azul, sino a rayas.
El fútbol no es religión porque no es opio, sino cosecha. No adormece, resucita. No distrae, evade o entretiene, sino ocupa, preocupa y despierta. Bien servido no enemista. Bien pensado articula el entusiasmo. Bien medido fortalece el espíritu que debe presidir la resistencia diaria del hombre al gobierno. Es tan real que la historia lo admite en sus libros con igual resplandor que a batallas ilustres y acuerdos de paz. No me asustan ni ofenden los críticos, porque vienen de dos grandes polos que, por opuestos, se pegan de frente: los intelectuales que piensan con las patillas de las gafas y las amas de casa que son propiedad del marido. Los primeros nos miran por encima del hombro, pero con envidia y reojo, banalizándonos en virtud de un prejuicio que llaman cultura, que deriva del complejo que manó de su lenta cintura y espesa carrera para jugarlo de niños, y no haber podido por ello sentirse jamás el rey del recreo y el as de los patios, resentimiento que alivian con su indiferencia alevosa por nuestra pasión. Las segundas ven en el fútbol tal vez al cacho de macho borracho y peludo del que nadie las libra, y refuerzan su rechazo a la liturgia del ogro sublimando al payaso de Sálvame, al pastor de Gran Hermano, a la que pierde un kilo en La Báscula o al más carajote de todas las series. Pobre de ésta y aquél.
Para ti, primo, el fútbol es tu vida, como medio y como fin, más vida ahora cuando ya no te manda otro jefe que tú. Para mí no lo es. Por eso lo necesito casi todos los días. Si lo fuera, créeme que seguro mandaba al carajo a mi jefe. Yo también. Qué gustazo, primo.
JUAN CARLOS ARAGÓN (@CAPITANVENEN0)
Las comparaciones de este artículo son odiosas. Y la conclusión que extraigo de él es el menosprecio del autor hacia aquellos individuos no obsesionados con el fútbol, cuya espiración en la vida es enriquecerse culturalmente -¿acaso hay algo malo en ello?- o, más importante todavía, cuidar de una familia. Considero que elevar el fútbol a algo superior a lo que realmente es -un deporte saludable, como otro cualquiera- es, simplemente, de ignorantes.
A ENRIQUE.- Jajajajá, ¿y no será eso último ná más? ¿Que tú creias, pero no?
Me resulta chocante que de una pluma tan brillante emane tanta pasión por un deporte tan injusto y politizado como es nuestro fútbol, más aún cuando sus letras defienden todo lo contrario en otros campos de la vida. Aunque, seguramente, no lo habré entendido.
Me resulta chocante que de una pluma tan brillante emane tanta pasión por un deporte tan injusto y politizado como es nuestro fútbol, aún más cuando sus letras continuamente defienden todo lo contrario en otros campos. Aunque, seguramente, no lo habré entendido.