Dentro de todo lo que el fútbol me ha hecho sufrir, que ha sido bastante, quizá el mayor dolor me haya llegado desde los banquillos en los que se han sentado tantos genios que, dirigidos por un alcornoque, han dejado evaporar su arte mascando goma a la sombra, resignados ante la injusticia cometida contra ellos y contra el fútbol. Alcornoques de semejante frondosidad son lo que plantan en la cancha a un equipo repleto de ásperos tarugos con estrategias defensivas, conservadoras, que realmente constituyen faltas de estrategias y atentados deportivos contra el espectáculo del genio y el artista; porque, valga la reiteración, el genio y el artista son los que convierten al fútbol en espectáculo, y el músculo y su mentor los que lo reducen a ajedrez sobre hierba.
Entiendo que en un equipo compensado tiene que haber defensas y medios de recuperación y cierre. Pero esto tiene un límite. Desde pequeño, no fui capaz de asimilar la zancadilla y la patada como algo inherente al juego, sino como propio de una condición sucia y lamentable. Pero fui creciendo y dándome cuenta de que en las canchas de pibes y aficionados simplemente se reproducían los mismos esquemas del fútbol profesional. Aun sabiendo que mi opinión no es compartida por algunos -—ojalá sí por ti, primo—, el resultado me importa cuando entra en liza mi color, mas nunca sacrificando el espectáculo, ya que si el resultado favorece el antifútbol, aunque sea el de mi equipo, pierde el fútbol, por definición. Y si pierde el fútbol, quizá no pierda mi equipo, pero pierdo yo.
Cuando el Carnicero de Baracaldo lesionó a Schuster y luego a Maradona, debió haber sido condenado por la justicia ordinaria. No fueron "entradas", sino homicidios frustrados en grado de tentativa. Nunca debió volver a pisar un terreno de juego. Pero sí lo hizo. Y como finiquito de jubilación le brindaron el banquillo de la Roja para ayudar a su paisano, enchufado por otro paisano que previamente también había tumbado a Johan Cruyff de un puñetazo en el rostro, el mismo presidente de la RFEF que mantiene en el cargo tras el ridículo de Brasil al único seleccionador en cuyo apellido coinciden significante y significado. Pepe también debería estar aún en el talego, y sin tercer grado. No son futbolistas. Son macarras mantenidos por otros capos mayores que procuran ganar los partidos a cualquier precio y, lo peor, es que sirven de modelo a imitar para los que están empezando.
El precio en cuestión es el fútbol entendido como arte en movimiento. Es lógico que a un genio o a un artista le dé miedo meter la pierna cuando ve venir a un caníbal enseñando los colmillos. El fútbol es danza con balón, no Tarzán en la Jungla. No me vale el argumento de la "virilidad" ni el del "deporte de contacto" porque, en todo caso, el contacto es con el balón, no con la tibia y el peroné, y la virilidad se manifiesta en las relaciones sexuales, no en el borde del área, joder. A Best, Garrincha, Ginolá y Kiko les costó acabar sus carreras o las acabaron antes. Y no fue sólo por los morazos. En cambio, a muchos de los que lucen dorsales del 2 al 5 les platean las sienes tres temporadas antes de que les hagan el partido homenaje. Aunque, mirándolo bien, gracias a algunas zancadillas podemos gozar del libre directo por la escuadra. El auténtico artista es el que sabe sacar partido de la adversidad.
Juan Carlos Aragón
duele la vista leerte "primo"