El Mito de la Caverna
Supongo que lo conoces, primo, que tú eres ilustrado. Desgarradora alegoría sobre el estado de voluntaria ignorancia en el que se hallan los hombres, que son capaces de matar al que les pretende abrir los ojos antes que hacer el esfuerzo de levantarse. Y no seré yo quien alabe el mal gusto del primer filósofo que situó el fundamento de nuestro mundo real en otro inventado, que receló de nuestra vida en beneficio de otra inexistente y que denigró el cuerpo en virtud de un alma de la que luego jalarían las religiones para prometer lo que saben de sobra que no pueden dar. Aunque, paradójicamente, este farsante, Platón, discípulo de un sofista más sofista que los propios sofistas contra los que arremetió, y sofista él también —diga lo que diga la pervertida historia oficial de la filosofía, una de las mayores infamias culturales de Occidente—, y a la que debemos el mantenimiento de la insostenible teología, es quien primero arremete contra la democracia, ya que le brinda el bastón de mando al que mejor persuade a la chusma profunda (que en el caso concreto de España constituye un tremendo % del censo electoral).
El origen de la catástrofe política de nuestro país no debe situarse sólo arriba, sino también abajo. La chusma profunda tiene derecho a permanecer ignorante en el interior de la caverna. El problema es que su voto, aunque esté hecho desde la irreflexiva y acrítica ignorancia, cuenta como uno más, y si le da por votar al tirano y el tirano gana, el tirano no sólo gobierna sobre él, sino también sobre mí. Pericles y compañía, cuando propusieron la fórmula democrática para gobernar, ya habían observado este oportuno rasgo constitutivo. Al ser gobierno del pueblo, el éxito o el fracaso de la política reside tanto en el gobernante como en el que lo ha puesto. Por tanto, en caso de estafa electoral, el votante también es responsable de haber depositado su confianza en un sinvergüenza. Al igual que el buen psiquiatra sabe detectar cuando un paciente maquilla su problema real con otro aparente, y el buen juez sabe cuando el acusado es inocente por más cargos que se le imputen, el buen ciudadano, además de montar en bicicleta y reciclar la basura, también debe adivinar cuando un candidato está prometiendo lo que a sabiendas no va a cumplir. En política, la necesidad de autoconvencimiento es el primer indicador del tamaño de la mentira, y esa necesidad no es propia sólo del candidato sino también del votante. ¿Qué es más peligroso para nuestro sistema, primo, que un político necesite mentir para que le voten, o que un ciudadano necesite que le mientan para votar?
Platón no fue más que un fabuloso prestidigitador, pero su Teoría de las Ideas, siendo un insulto a la racionalidad, aún se mantiene en los libros de texto. Nadie mejor que un timador como él para darse cuenta de que la democracia aparente —que no la real— es una estafa desde el minuto cero. Y ¿por qué no quería Platón aquella democracia aparente? Sencillamente porque él no pertenecía a la clase gobernante, sino a la gobernada. Para que la DRY funcione hay que sacar los colegios electorales fuera de la caverna, de tal manera que, para votar, antes haya que salir. De aquí al domingo da tiempo.
JUAN CARLOS ARAGÓN
Leer este escrito es como si estás en Vanuatu o Swazilandia y te encuentras a alguien que habla tu mismo idioma, algo gratamente reconfortante. El problema es que mucha gente no empatiza con este escrito por falta de un bagaje cultural casi básico, y eso unido a la inexistente actitud crítica y reflexiva imperante en nuestro país, tiene a un pueblo adormecido y con un efecto de vivir en aparente libertad que no es tal, a lo Matrix. ¡Grande Juan Carlos!
como siempre estoy de acuerdo con todo lo que dices, ya me gustaría tener la facilidad que tienes tú para decir las cosas