La función del escritor siempre basculó entre la del compromiso social y la del goce estético. Desde el primer día que agarré un papel y un bolígrafo con la firme intención de dedicarme a este viejo oficio procuré cumplir con las dos. Me resulta, incluso antes que un oficio, una necesidad recrear la belleza en cualquiera de sus formas, tanto como denunciar todo aquello que en mi mundo y mi tiempo se me antoja mejorable. Siempre he admitido la crítica porque es de lo que más me alimento para seguir aprendiendo, para mirar las cosas desde perspectivas nuevas y distintas. Incluso cuando he recibido algún insulto me he planteado su por qué, pues nunca descarto haber sido yo quien haya metido la pata y quien haya abierto una herida injusta donde no debía o no quería. Al igual que a Chaplin, a mí también me encanta sentir la deliciosa libertad de equivocarme (para rectificar, se entiende). El problema surge cuando me leen quienes, además de no saber leer, no mantienen el mismo sentido de la autocrítica. Entonces es cuando aparece lo que desafortunadamente muchos llaman “polémica”, que en la mayoría de los casos no es más que el enfrentamiento entre un punto de vista razonable o razonado y otro punto que —por irracional— ni siquiera es de vista.
Las redes sociales han hecho posible la participación activa en el universo de la opinión de mucha gente que sabe lo que dice… y de otra mucha que no. Si me apuras, más del segundo grupo que del primero. O a lo mejor, como los más brutos siempre son los que hacen más ruido, es que me da esa impresión. Pero en todo caso, lo que más han hecho posible las redes ha sido la aparición del individuo que se esconde tras un pseudónimo y un avatar que no lo representa y que, escondido tras ese disfraz virtual, practica el terrorismo telemático de la manera más cobarde, terrorismo y cobardía solo a la altura de los animales que atacan en manada, los más insuficientes, los más impotentes, los más incapaces, los más peligrosos. Yo reconozco que a veces he estado a punto de meterle a un tipo de estos un arpón en la boca para que me repitiera lo mismo que me había dicho en 140 escupitajos, oculto bajo su twittera máscara. Mas luego he comprendido que no merece la pena, que hasta el derecho a la defensa pierde sentido cuando el que ataca es un espécimen de este calibre. A propósito de estos artículos —y eso que yo ando bien curado de espantos— he conocido y descubierto de manera más triste, real y profunda la auténtica dimensión de la ignorancia y la incultura, de la brutalidad, el fanatismo y la locura en sus expresiones más lamentables: un desgarrado argumento a favor de la desesperanza para la construcción de una sociedad más justa y adulta. Quien siembra vientos recoge tempestades, es cierto. Pero los hay que siembran tempestades, directamente, y luego enfurecen cuando les roza el aire. Y responden volviendo a sembrar tempestades iguales o mayores, por si en el aire del que hablo quedase alguna duda acerca de su calaña.
Cuando surgieron y empezaron a manifestarse las enormes posibilidades que ofrecían las redes sociales, muchos planteamos con optimismo la apertura de un horizonte para la tan soñada articulación de la sociedad civil, diseñada principalmente para unirnos y defendernos de los abusos del poder. Pero no contaba yo con que la sociedad civil puede ser denominada así sólo cuando está compuesta por gente civil-izada. Y no es un juego de palabras. Si en las redes la sociedad salvaje hace más ruido que la civilizada, el final es el contrario al que en su día soñamos. No se trata de impedir que los salvajes asalten y revienten las redes, sino de civilizar a los salvajes. Pero eso al sistema no le conviene. Una de las mayores alegrías que en los últimos tiempos se ha llevado el poder ha sido la aparición del delito informático. Ya tienen otro motivo más para tenernos bajo su control. Nunca vamos a aprender. A buen entendedor…
JUAN CARLOS ARAGÓN
Simplemente increíble su articulo, da gusto de leer y te hace pensar hacia a donde marcha esta sociedad del libre albedrío comunicativo, en fin gracias por dejarnos leerlo , lo dicho es un placer. Saludos.
Me he sentido aludido maestro, no habré sido tu muso para este artículo, no?