Indecentes

La campaña electoral que, en teoría, debía haber servido para orientar o reorientar definitivamente el voto de los pobres ciudadanos de este país, sólo ha servido para enredarlo más, con el consiguiente peligro de que al final votemos al candidato menos conveniente —si es que conviene alguno—. En los nuevos multidebates no ha habido debate como tal, sino intentos de actuaciones particulares sobre un escenario colectivo, en donde cada cual ha intentado vender su monólogo por encima de los diálogos: los cristalitos, pero con traje y corbata. Sólo ha sobresalido el final de popurrí que se pegó Coleta Morada en la gala de Los Cuatro Mosqueteros. El resto, ni para la final. De ejecución, sobrensayados pero justitos. De repertorio, lamentables —repetitivos, carentes de profundidad y contenido concreto, y más atentos a la destrucción del ajeno que a la construcción del propio—. En algunos espectáculos sobraban hasta los moderadores, incapaces de impedir que los desordenados monólogos se cruzaran provocando un ruido permanente que rebotaba sobre el oído del votante. Concretamente, en el que bautizaron como decisivo, lo único que resultó decisivo fue la renuncia ciudadana a seguir atenta a la oferta de la campaña. Y a falta de materia, reflexiones sobre la forma, el éxtasis del cinismo social y la hipocresía política. Sánchez llama Indecente a Rajoy. Rajoy se pone nervioso y llama Ruiz a Sánchez. Los críticos despellejan a Sánchez por haber insultado a Rajoy en el plano personal. Aviados van también los salvapatrias estos. Cuando el sabio señala a la luna, el tonto se queda mirando el dedo de la mano que la señala. Y en un país con tantos tontos, conviene recordar que llamar indecente a un presidente como Rajoy no es ningún insulto: lo insultante es haber perdido una oportunidad histórica para explicarle al país en qué consiste la indecencia política, ilustrándola con un millón de fotogramas de esta maldita legislatura.

 
Por seguir con la reflexión sobre la forma, los candidatos coinciden en condenar la hostia a Rajoy, algo comprensible que no lo es tanto cuando a la condena se suman también las redes, a sabiendas de que, por cada español que condenaba, un ciento eyaculaba a cada reposición del vídeo de la hostia, soñando haber sido él o ella quien la endiñase. Eso sí que es indecente. Como único descargo para estos pseudopacifistas, admito que las hostias no se dan así, sino de frente y en pleno rostro, como el abajo firmante soñó y sueña dársela a Wert algún día. Los políticos no son correctos. Mantener las formas, la indecencia y el cinismo a la vez no es correcto, joder, que ya está bien. No sé quién coño ha propuesto ese concepto de corrección, ni quién lo ha aceptado, pero me cago en su puta madre por confundir a la gente, por manipularla, por intentar convencerla de que aquí lo incorrecto no es ser indecente, sino decírselo al que lo es. Y lo que yo he dicho no será correcto, pero es más decente que todo lo que ha dicho Rajoy en campaña, que ha sido justo lo contrario de lo que ha hecho gobernando, y también lo contrario de lo que dijo antes de gobernar.
Con lo que nos han brindado, la jornada de reflexión sólo nos va a servir para no reflexionar sobre la luna, sino sobre los dedos de las manos de quienes la han señalado, y así es muy difícil atinar con la papeleta más conveniente, insisto. Y tras el resultado final, espero que la mayoría de los fabricantes de encuestas se dediquen en lo sucesivo a fabricar pizzas al gusto. Aunque si gana quien yo quiero que gane y que no hace falta que diga, no seré yo quien les encargue una.
Por último, y antes de saber los resultados de las elecciones, solamente puedo adelantar una cosa. Como suele ser habitual, sea cual sea el resultado, todos dirán que han ganado. Y efectivamente todos ELLOS habrán ganado. El resto, según lo mire cada cual. Aquí las victorias no se celebran por separado, porque una cosa es SU democracia y otra —bien distinta— la NUESTRA. Aunque probablemente esta nochebuena el pavo se nos atragante menos a nosotros que a ellos, no por nada en especial, sino porque estamos más acostumbrados a tragar.
JUAN CARLOS ARAGÓN