Va a empezar el instante que soñamos durante meses, durante años. Un Carnaval con todos. Los más grandes y los menos grandes, pero que también son grandes en corazón, ilusión y trabajo. Hemos inundado de nuevas canciones nuestros locales de ensayos y gargantas. Los disfraces están a punto para estrenarlos. Los autores seguimos pendientes del mundo, a ver si ocurre algo con lo que terminar el repertorio. Pero el Celta alineó debidamente a sus jugadores y el país sigue sin gobierno. Aun así, han pasado grandes cosas. La unión de una gran parte del ejército por una causa común no se daba desde hace 25 años, cuando se consiguió que las semifinalistas volvieran al recién rehabilitado Teatro Falla. Este año, el objeto material de lo conseguido no ha sido tan grande como la unión mencionada. Ha habido episodios y pasajes emocionantes. Me da que va a ser un gran Concurso porque todos estamos más motivados que nunca, con más ganas que nunca. Eso se ha reflejado en el sentir de la afición, cuya ilusión cabalga paralela a la nuestra. Salvo para los fanáticos —los pobres bizcos cuya visión no alcanza más allá de la punta de su nariz—, toda ella está rabiosa como ella misma porque empiece el baile.
Ojalá que la afición se dé la mano como nos la hemos dado los comparsistas y los chirigoteros. Ojalá que el Concurso deje de ser un combate y se convierta en fiesta. Ojalá que los puñales sean de plástico y gomaespuma. Ojalá que la envidia y la codicia no puedan vernos ni por la tele. Ojalá que los nuevos críticos que buscan el protagonismo en las redes sean menos críticos con los errores y carencias de los que cantan y más críticos con el sentido de su propia crítica, si es que lo tiene. Ojalá que los jurados alternativos valoren sus propias capacidades antes de calificar las ajenas. Ojalá el consenso se obtenga tras el disenso y viceversa. Ojalá que baje Paco Alba de alguna manera para que reine la paz entre nosotros. Ojalá que se acabe la mafia Feliz —esto mucho pedir— y que mi hijo pueda ver el estreno de La Guayabera —esto es pedir más todavía—. Ojalá que nadie tenga que pronunciar la palabra derrota y que las victorias se celebren en homenaje a la salud de nuestra tierra. Ojalá que vuelva a surgir el talento de las generaciones que irrumpen de la misma manera que los que ya lo perdieron abran el cerrojo para dejarlo que entre. Ojalá que luego la calle, el gran teatro que nunca falla, se convierta en un escenario en el que la canción suene más alta que el crujir de los cristales. Ojalá que volvamos a ser el espejo en el que vuelvan a mirarse los carnavales solidarios y los pueblos con orgullo.
Entretanto y tanto, nosotros ya no dormimos. Cada noche se nos repite el sueño y la pesadilla de que se derrumba el escenario y la letra se nos olvida. Se parten más cuerdas que nunca. Nos cortamos al afeitarnos y descosemos los disfraces en cada prueba. Todas las escaleras se abren a nuestro paso y todos los gatos negros se cruzan al vernos. Somos los mejores con la misma rapidez que cualquier canción que escuchamos nos gusta más que la nuestra. El mundo se detiene. El diario sólo contiene las páginas de en medio. O no hay guerra o no lo parece. Da igual que haga frío, truene o salga el sol. Y si sale, tampoco importa por donde salga. Todas las horas son la misma hora y en el mes sólo hay un día. No encuentro la rima perfecta para el último cuplé. El pito a saber dónde lo habré dejado. Pero lo más importante, ya tengo una idea para el año que viene que es sencillamente genial, mejor aún que la de este año. Hasta los buenos días los doy siguiendo la estructura métrica de la última cuarteta. ¿Serán los nervios? No lo creo. El Carnaval es sólo una parte importante de nuestra vida, pero en la vida también hay otras cosas que son importantes. Como, por ejemplo, el Carnaval.
JUAN CARLOS ARAGÓN.
Muy bien escrito, como casi todos sus artículos. Ahora toca dar ejemplo, y si llegas a la final, no dedicar letras a excomponentes ni rivales.
Sublime...