Y viceversa. Pero no pienses, primo, en lo femenino del genital vocablo, sino en ese palabro que usamos como nadie, y que sirve como ninguno para celebrar que al fin ha acabado la faena, la pesadilla, la semana o el calor. Sinónimo de “menos mal”, de “ya era hora”, de “parecía que nunca iba a llegar”, de “como esto siga así no lo vamos a poder soportar”, de “lo que sea pero que pase algo”, de “adónde vamos a llegar”.
Pero no me confundas. Cuando clamo “coño” no me refiero a la de estupideces que se han hecho y dicho en el Congreso, ni en el País, ni en el país, ni en la Sexta, ni el bar; ni siquiera en ElDesmarque. Nos hemos llevado demasiados meses pendientes de gente que solo está pendiente de ella misma, con el catastrófico argumento de que está pendiente de nosotros. Es cierto que de nosotros no estamos pendientes ni nosotros mismos, pero ellos tampoco. Le hemos ido cogiendo asco a la política y a los medios. Los segundos informan como los primeros confunden. De ahí el caos. Porque no puede ser de otro modo. El mundo mirando. Nosotros también como si fuéramos del mundo, pero al margen de él. Cuando no se puede evitar la tentación de hacer el gilipollas es cuando nos planteamos el sentido de dejar de fumar. Hemos caído. En el tabaco unos. En hacer el gilipollas, casi todos.
Bendita la voz del que me dice “qué coñazo tú con la política en la tele, si luego todo acaba igual”. Lo peor no es tanto la certeza del que me lo dice, como la que tengo yo sin que nadie me lo diga. La esperanza es lo último que se pierde. Pero, ojo, porque sea lo último que se pierde, no deja de perderse. Y cuanto más tiempo hayamos estado esperando, peor. Mayor es la sensación de pérdida. Mayor la seguridad de haber estado haciendo el gilipollas durante tanto tiempo. No me refiero a ellos, sino a nosotros. Ellos han sido los payasos de su propio circo. Han saltado. Han dado volteretas. Han amansado fieras sedadas que sabían que no les morderían. Se han reído de sí y de nosotros. Pero nosotros no hemos podido ni temblar, ni reír, ni aplaudir, ni cantar. Qué circo este. El menor espectáculo del mundo. Cuántos cubatas se habrán bebido a nuestras espaldas. Cuántas veces habrán comentado antes de salir a plató “a ver qué le contamos hoy a los tontos estos”. Qué impresionante el malabar tele comunicativo que consigue tener a una audiencia pendiente de una película de nada y sin final. Si al menos hubiese tenido un final… Feliz. Amargo. Cualquiera de los dos. Algo que justificara nuestra atención, nuestro interés, nuestra esperanza, nuestro ruido. Pero han pasado los días, las semanas, los meses. Y nada. Los de la izquierda ni se cambiaban de ropa. Los de la derecha se la cambiaban para ponerse otra igual. Los presentadores han hecho ricos a sus peluqueros. Los maquilladores se han convertido en pintores de gestos, en escultores de rostros de mármol. Al final ha resultado que los malos eran los hinchas del Legia.
Pero, por desgracia, la violencia ha sido lo único real de los telediarios. El resto, mentira. Y aunque digan eso de que “hay mentiras que de tanto repetirlas se convierten en verdad”, esta en concreto se ha convertido en más mentira de lo que era. Personalmente pienso que como no terminaban de creérsela ni ellos, han optado por dejar de seguir contándonosla a nosotros. Los políticos de antes tenían al menos la virtud de convertir la mentira en verdad. Los de ahora, ni eso. Y los de antes, ahora tampoco. Si no, escucha al ex ministro de la patada en la puerta. O al ex presidente de los 800.000 puestos de trabajo y del NO a la OTAN. Se parecen más a los de ahora que a los que ellos mismos fueron antes.
A veces me cuestiono con cautela quiénes han sido los auténticos payasos de este circo y quiénes el público. Y prefiero no responderme, porque cualquier parecido con la realidad no es mera coincidencia. Hasta que no averigüemos si es de la carne o de los huesos de donde procede nuestra sustancia gilipollas, probablemente sea la sustancia más abundante de nuestro ser. O no ser.
Por eso, cuando he dicho “coño” en relación al otoño, no ha sido para celebrar que por fin tenemos gobierno, porque el gobierno que tenemos es el que ha puesto fin a la esperanza. Cuando he rimado “coño” con otoño ha sido para celebrar que por fin han venido las lluvias, las de verdad, que son las que han puesto fin al calor. El resto podía haber seguido igual. De hecho, sigue igual…
JUAN CARLOS ARAGÓN