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Primo, yastamo ahí

Juan Carlos Aragón

Que es como se dice el día no del estreno sino el que tomas conciencia real de que vas a estrenar, de que todo el trabajo y la ilusión de cinco o diez meses te la vas a dilapidar en poco más de veinte minutos, para tocar el cielo en el menor de los casos, para resignarte hasta el año que viene en la mayoría de ellos.

Por mucho que nos queramos repetir para convencernos que el Concurso es muy largo, que hacen falta letras y demás pamplinas, todos sabemos en el fondo que —salvo excepciones— esto no es como acaba, sino como empieza: y empieza ya. Y como no empiece muy bien… Yastamo ahí, primo (no entrecomillo la palabra porque defiendo la naturalización de los términos acuñados por nosotros cuando no hay otro que defina más con menos, principio de economía del lenguaje). Yastamo ahí significa no sólo una perífrasis de tiempo y lugar, sino un estado natural mezcla de ilusión y de acojone carnavalesco, que precede al debut en el Falla pero con la puñetera connotación esa de poner sobre la mesa las posibilidades antes mencionadas, que es, ni más ni menos, lo que hace que yastamo ahí sea una sensación tan fuerte que en la mayoría de las ocasiones no es necesario ni decirla: la sentimos y nos miramos sabiendo que sobra todo lo demás.
A saber desde cuándo empecé a darle vueltas a todo esto. Ya he perdido hasta la cuenta. No sé si fue en Zahara o en Cádiz, en marzo o abril, si fumaba o no, si en la novela o en la realidad —como hay más de ficción en una que otra y viceversa…—. Y a saber cuándo fue cuando el grupo se enteró de verdad de que estábamos ensayando para estrenar una obra tal que esta, unos días tales como los de hoy. Las redes comienzan a echar humo, aunque a ver si esta vez son capaces de dejar que el humo lo eche solo lo que de verdad haga fuego. A ver si de una vez los autoproclamados árbitros no pretenden ser los protagonistas por encima de los jugadores, las únicas y auténticas estrellas —no hacen falta más, de verdad, tuiteros—, que para eso son los que van al Falla a jugarse la vida por la Tacita como en un ruedo cualquiera, en el que no se matan toros sino miserias y dolores (bueno, ciertamente, hay quienes matan lo que se les ponga por delante, pero eso es otro cantar).
Los periódicos se afanan en buscar sensaciones que vendan, sabedores también de que la dificultad la tienen en la madera que echan a arder, que tantas veces cae verde a las llamas y despide por ello ese humo tan insípido y evanescente. Otras veces la dificultad la encuentran en no poder convertir en noticia aquello que lo es, dado que un interés superior aconseja —digámoslo esta vez con suavidad— que el centro de gravedad se desvíe en otra dirección, sobre todo si el protagonista positivo, por ejemplo, soy yo, como en el caso del récord de tiempo en agotar el papel en taquilla. Pero eso es sólo una anécdota a la que nos acostumbramos ya en el siglo XX éste que pasó, cuando una chirigota como Los Yesterday no conseguía la calificación de “pelotazo” por ninguno de los medios de comunicación de la ciudad. Tiren los jóvenes y no tan jóvenes de hemeroteca y consulten las enciclopedias de la opinión pública para que aprendan a ir interpretando el funcionamiento interno y real de todo esto.
Por eso, aunque aun mantengo la aureola del ensayo de ayer, envidiablemente flanqueado por el perfume y la flama Manolo Santander al Norte y Juanelo al Sur, el primer “1”, “pelotazo” o “puñetazo en la mesa” de este Concurso, entiendo que lo ha dado mi primo Fede con el sorpasso de colocar ElDesmarque entre los tres periódicos deportivos digitales más leídos de este país, solo superado por Marca y As, los cuales en breve también serán superados por ElDesmarque. Y mi mayor emoción de estos días —como periodista frustrado, colaborador del periódico y primo de Fede— ha residido en la satisfacción de contemplar cómo, en pocos años, un periódico surgido de la rebeldía, la profesionalidad, el entusiasmo, el talento y el trabajo, se ha ido convirtiendo meteóricamente en lo que es hoy, un periódico del que los que formamos parte podemos presumir no menos que los del Washington Post. ¿Salvando la distancia? Pues nada, también se salva.
El abajo firmante, por la parte que le toca, se despide hoy brindando por el honor concedido de haber podido demostrar que la libertad de expresión —cuando es real— es una de las claves de la credibilidad, la lectura y la venta de un periódico. Soy más libre escribiendo en ElDesmarque que en mi comparsa, que ya es ser libre. Eso no está pagado. No obstante, a ver si primo triunfa también el martes, se emborracha, y preso de un lógico ataque de gloria me sube el sueldo. La esperanza es lo último…
JUAN CARLOS ARAGÓN

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